Un tuyero ilustrado y trasatlántico

Un tuyero ilustrado y trasatlántico

A El tuyero ilustrado no le bastó con dejar su hábitat natural. No se conformó con abandonar el pueblo y conquistar la ciudad. Ya Caracas no la ve grandísima como antes. Ya viajó a Estados Unidos, a Panamá y reunió coraje para hacer maletas, meter su sombrero y sus maracas, y cruzar el océano. El tuyero ilustrado ya es eso que llaman un hombre de mundo.

En medio del vertiginoso retroceso que sufre el país, remando con fuerza contra la corriente, están sus músicos. Algunos de ellos se han dedicado a estudiar la raíz tradicional, esa fuente en la que Venezuela parece más venezolana, para construir a partir de ella una pieza de exhibición, acabada y depurada, vestida para salir a la calle, a la ciudad y al extranjero en pleno siglo XXI.

El tuyero ilustrado, que este mes será llevado a rinconcitos de Portugal, Alemania, España y Luxemburgo (*), tiene dos extremidades. Rafael Pino, músico y letrista, que en este contexto hace de cantante y maraquero (maraca y buche, en jerga tuyera), tiene rato estudiando esta forma de joropo. Ya conocía el oriental y sobre todo el llanero, cada uno con sus particularidades, instrumentos, mensajes, estructuras y humores. El tuyero lo experimentó gracias a un proyecto del pianista Víctor Morles, que dejó como registros los discos Natural (2009) y Joropos (2015).

La otra pata es Edward Ramírez, miembro de C4 Trío que comenzó por ponerle cuerdas de metal a un cuatro y, tras años de investigación casi antropológica y desde luego musical, cometió el fascinante sacrilegio de despojar del arpa al joropo tuyero, ese que se baila sobre todo en los estados centrales —Carabobo, Miranda, Aragua. Tengamos en cuenta que el arpa de cuerdas metálicas reina en este género, que quizá es el único de la tradición venezolana que precisamente deja al cuatro en el banquillo. Esa búsqueda —que resulta hasta reivindicativa, viniendo de un cuatrista— devino en un álbum titulado Cuatro maraca y buche (2014). También dejó una pizca de sus resultados en Pa’ fuera, de C4 Trío y Desorden Público.

Pino y Ramírez, ambos caraqueños, actuaron juntos en el Festival Caracas en Contratiempo de Guataca y estuvieron joropeando en directo lo suficiente para darse cuenta de que debían ir juntos al estudio. Compusieron nueve canciones, escogieron otras dos del baúl del folclor y las arreglaron a su gusto. El álbum, que respira soltura, la soltura de quien ya conoce bien las aguas que navega, fue grabado en simultáneo —como graba la gente seria— en dos sesiones de abril de 2016 en el Paraninfo Luisa Rodríguez de Mendoza de la Universidad Metropolitana de Caracas a través de las consolas de Vladimir Quintero y Rafael Rondón.

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“El acercamiento hacia los padres de este género ayuda mucho”, se refiere Pino a maestros como Mario Díaz, Yustardi Laza y Pedro Sanabria: “Luego viene esa especie de deconstrucción hacia donde lo vemos nosotros, que es la raíz o el ángel de la manifestación local proyectada en el 2017 y frente a un mercado que oye salsa, merengue y quizá le gusta ‘Despacito’ de Luis Fonsi”.

Pino, formado en talleres de la Fundación Bigott y la escuela Ars Nova y curtido en las filas de agrupaciones como Vasallos del Sol y Herencia, quiso poner el énfasis en las letras. Son versos ingeniosos que hablan de despechos, amoríos y comedias disparatadas, con metáforas y pinceladas poéticas. Son historias de todos los días, como diría Ilan.

“El aguacate” es una suerte de fábula vegetal. Un aguacate se vuelve el dictador de la verdulería, como los cerdos de Rebelión en la granja de George Orwell. Con su traje verde, vendió un tropical mensaje, acoquinó a la parchita, manipuló a las demás y cometió fruticidios. Como buen hijo de fruta, bicho y malintencionado.

“Mi mejor amiga” es la historia de Joselo, un tipo enamorado de una mujer que lo considera perfecto, el mejor partido, inmejorable, pero no lo quiere. Es el cabrón de las telenovelas. No te vistas que no vas, dice un coro que fue un lujazo: Pino la canta a dúo con el sonero Marcial Iztúriz y en el fondo se juntan las voces de Betsayda Machado, César Gómez y Huguette Contramaestre. Todo esto con el bajista Gustavo Márquez (C4 Trío), el baterista Adolfo Herrera y el percusionista Yonathan Gavidia. ¡Ah, e Ismael Querales —maestro de la bandola— colaboró con unas maracas! ¿Quieren ver la grabación? Denle click al título de la canción.

“Carta en rima a Carolina”, la primerita, es una buena antesala porque muestra cada ingrediente en justas medidas. Es un cortejo inocente, de los de antes, pero en forma epistolar porque enfrenta la distancia como muchos romances venezolanos que se rompieron en estos tiempos producto de la diáspora. Esto va en un traje contemporáneo, en un roce con el world music que se valió de todos los implicados ya mencionados pero con un impecable arreglo de metales. Otro lujazo: Pablo Gil (saxofón), Noel Mijares (trompeta, Desorden Público) y Joel Martínez (trombón).

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Nada está fuera de sitio. La instrumentación va de lo más simple y llano, como la tierna “Claro de luna”, a lo más complejo y experimental, verbigracia “El infortunio”, la historia de un hombre con mala suerte, un salao’, que es una especie de joropo jazzeado. Sí, así como lo leen. “Tristemente célebre” habla de La Rotunda, la prisión tortuosa de los tiempos del general Juan Vicente Gómez, y también muestra una complejidad que apunta hacia otro sitio, hacia lo clásico, por eso la presencia del flautista Luis Julio Toro (Ensamble Gurrufío).

Edward es un extraordinario cuatrista, pero es más que eso. Es un artista al que lo mueve más una melodía y un concepto que el despliegue de su técnica. Escogió los cuatros de acuerdo a cada canción: tocó el “normal”, el de las cuerdas metálicas y hasta uno electroacústico muy procesado, con efectos de delay y otros artificios.

Lo que suena en temas como “Amanecer tuyero” es el uso, con intenciones expresionistas, de unos pedales de efectos concebidos para la guitarra pero en este caso aplicados a su instrumento. Eso también se percibe en “Viernes de quincena”, una en la que participaron el cantautor José Delgado, el guitarrista Aquiles Báez, Jhoabeat —el mago del beatboax— y Horacio Blanco (Desorden Público) como recitador-locutor.

La página web de El tuyero ilustrado muestra cómo los músicos cuidaron cada detalle. La pestaña ‘Vea y escuche’ da acceso a una habitación en la que conviven todas las canciones. Es posible entrar y hacerlas sonar mientras se lee las letras. Cada una está acompañada de una ilustración. Una de las ideas de Pino y Ramírez fue involucrar en el proyecto a artistas gráficos que tradujeran sus músicas y letras en dibujos.

“¡Por qué no pensar la música venezolana como se piensa el merengue dominicano, que es un género tradicional que maestros como Juan Luis Guerra lo han realzado de una manera tan elegante!”, exclama Edward Ramírez sin una chispa de soberbia. Porque soberbia es lo que no se ve por ningún lado en esta obra tan colaborativa, que combina con mucha sutileza lo simpático y lo sofisticado, la sabiduría y la gracia, la tradición y la contemporaneidad. ¡Buen viaje, Tuyero Ilustrado, tráenos jamón ibérico y vino!

 

¡PILAS! Recientemente Rafa Pino y Edward Ramírez escribieron y publicaron en Youtube una gaita zuliana en la que manifiestan su preocupación frente a la crisis venezolana. Se titula “Un fusil para cada miliciano”

 

*AGENDA EUROPEA DE JUNIO: 

Sábado 10. Évora, Portugal. Plaza do Giraldo (Exib)

Lunes 12. Berlín, Alemania. Ballhaus

Jueves 15. Barcelona, España. Sala Sinestesia (con Cheo Hurtado): Guataca Nights

Sábado 17. Barcelona, España. Restaurante Caña de Azúcar

Martes 20. Luxemburgo. Konrad Café & bar

Viernes 23. Hamburgo, Alemania. Fux & Ganz

Sábado 24. Hamburgo, Alemania. Chavis Kulturcafé

 

FOTOS: JOSUAR OCHOA /@josuarochoa en Twitter

 

A merced de Gustavo Cerati: El último concierto

A merced de Gustavo Cerati: El último concierto

El público, acostumbrado a la impuntualidad, apenas se distribuía a su gusto sobre el campo de fútbol de la Universidad Simón Bolívar cuando apareció Gustavo Cerati como un caballero apocalíptico y misterioso, vestido de negro con antifaz, como en la fachada de su nueva edificación, Fuerza natural.

Desde el primer tema, que le da título a su más reciente producción, comenzaron a desfilar guitarras por sus manos. De una Gibson Custom verde a una Telecaster, y de una Stratocaster a la Parker Fly negra brillante que lleva consigo una carga de nostalgia: fue su instrumento preferido en los años de Soda Stereo.

Cada gira del músico argentino es una apuesta en vestuario, sonido y concepto. El Cerati que cantó el sábado en la universidad no es el mismo rocanrolero de Ahí vamos, ni el de camisas ligeras de cuadros de Siempre es hoy, ni el artista playero relajado de Bocanada.

Primero interpretó «Magia», «Deja Vu» y «Desastre». Luego se sentó y tomó su guitarra acústica para tocar dos temas con inclinaciones country: «Amor sin rodeos» y «Tracción a sangre». Después de manipular una guitarra española —imagen poco común en su carrera—, para exprimirla y sacarle «Cactus», dijo: «Hasta acá vamos con Fuerza natural. Ahora nos salimos de guión: un tema de Bocanada«.

Se trataba de «Perdonar es divino», que antecedió a «Uno entre mil», cantada a dúo con su aliado en tarima, el guitarrista Richard Coleman. Pero la euforia del público alcanzó un primer pico con «Artefacto», una canción dedicada a la adicción por los teléfonos celulares.

El humor particular del músico de 50 años de edad se hizo presente. De un momento a otro soltaba un «chévere», un «carajo», un «sigamos jodiendo» o un «¡muchacha!», refiriéndose a la corista Anita Álvarez, que destacó por su voz, sus pasos y su corto vestido —y, más que nada, por sus piernas bronceadas.

El artista bromeó sobre la neblina y sobre los «bichos» que atraían los focos, justo antes de cantar «Rapto», «Dominó» y «Sal», cuando comenzó a caer una lluvia intermitente que amenazó durante las 2 horas y 20 minutos de espectáculo, pero que arreció con más fuerza sobre el valle de Sartenejas después del último acorde.

Cerati tomó una guitarra doble, sobre la que habló: «Sí, mírenla, admírenla. Tiene dos mangos. Una maravilla. Número uno. ¡En serio! Hicieron una sola, y todo para tocar este tema». Y de pronto, como si el público fuera cómplice de un viaje a su época de veinteañero, sonó la introducción de «Trátame suavemente».

Después de «He visto a Lucy» se fue tras bastidores, pero al poco tiempo volvió vestido de blanco y fumando, sin prisa. Anunció que cantaría un tema de Amor amarillo (1993), llamado «A merced», que nunca había interpretado antes en una gira. Sin embargo, esa melodía fue ejecutada por la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho en su presentación de 11 episodios sinfónicos en el Teatro Teresa Carreño, en 2002.

Un gallo cantó antes de que comenzara el excitante beat de «Pulsar», en la que destacaron las bolas luminosas del fondo del escenario. La rubia corista pasó al frente para «Te llevo para que me lleves», uno de los momentos más agitados de la velada. La introducción de «Dazed and Confused», una suerte de tributo a Led Zeppelin, abrió el camino para «Vivo», y en medio de «La excepción», mostró un guiño claro a David Bowie, con el riff de guitarra de «Rebel Rebel».

El momento sonaba a despedida, pero permaneció en tarima y preguntó: «¿Qué pasa? ¿No tienen planes, que todavía siguen aquí?». Y siguió con «Crimen». Cerati jugó de nuevo: «Ya no voy a pensar en nada. Ya cobré. Así que me voy de paseo». Y comenzó la potente «Paseo inmoral», que representó un clímax.

Presentó a sus músicos Leandro Fresco (teclados), Fernando Nalé (bajo), Fernando Samalea (batería) y el guitarrista que se sumó en esta gira, Gonzalo Córdoba. Eran las 10:45 pm cuando la sublime «Un lago en el cielo» se convirtió en el epílogo del reencuentro del bonaerense con sus fieles seguidores venezolanos. Esta vez no tocó «Puente» ni «Cosas imposibles», ni repasó los máximos hits de su banda de siempre. Pero no fue necesario.

Reseña publicada el 17 de mayo de 2010 en el diario El Nacional

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FOTO PRINCIPAL: Cerati.com

FOTO PORTADA: Alexandra Blanco

Crecer en forma de espiral

Crecer en forma de espiral

En estos días la elegancia duerme escondida en un cajón. Vivimos en una era de piropos grotescos, donde las sutilezas parecen películas en blanco y negro, daguerrotipos, piezas de museo. Y en medio de tanto ruido, resistiéndose a la tiranía del mal gusto, emergen obras que traen de vuelta la fe. La propuesta musical de Alfred Gómez Jr. es, en definitiva, como esas matitas rebeldes que crecen entre las fisuras del asfalto y le dicen al mundo Sí.

Simple (2012) —el primer álbum de Gómez después de un experimento salsero al que llamó La reina peinándose (2008)— trajo a la escena venezolana un pop orgánico y esperanzador. Pero no nos confundamos con la etiqueta: es un pop de impecable instrumentación, de contrabajos, batería acariciada con escobillas, guitarras acústicas y, especialmente, teclados de vieja data como Fender Rhodes, Wurlitzer y otras máquinas del tiempo. Es más, mejor agreguemos, para que sirva de brújula, que su obra lleva pizcas de rhythm and blues, folk estadounidense…

Tras editar Simple, el artista, nacido en Caracas pero establecido en Puerto La Cruz, estuvo casi dos años sin componer. De su inspiración no brotó nada que lo convenciera hasta que, sin avisar, le llegó una melodía que se convirtió en “Canción”. La llamó así porque resultó un homenaje al oficio. Una oda al arte del cancionista. Te busqué entre los acordes bajo el sol de aquella tarde, narra el autor en plena reconciliación con la musa. Ese tema abrió el grifo que devino en el nuevo LP.

Lo tituló Espiral, partiendo de lo que los matemáticos conocen como La Espiral de Fibonacci. “Todo en la naturaleza crece en forma de espiral”, justifica el músico. Lo vemos en girasoles, en las proporciones del cuerpo humano, en galaxias y en la disposición de las hojas en el tallo de una planta. Y Gómez ha pretendido celebrar su propio crecimiento a través de su música.

Espiral abre con “El árbol de los frutos”, una pieza compuesta en ritmo de ¾ —semejante al vals, para más señas— e inspirada en un viaje al Autana, ese tepuy majestuoso del Amazonas, montaña sagrada de los piaroas. El músico tomó prestada una palabra, que suena a algo así como parogüacha-a y significa cambio o transformación en el dialecto de la tribu. A través de ella nos invita a todos a un viaje existencial.

PortadaEspiral

“Alberta”, primer corte promocional, es una balada deliciosa totalmente acústica y arropada por armonías vocales.“Tú apareces”, que también tiene todo para ser un sencillo cautivante de esos que se cuelan en la memoria inmediata y se tragan la llave, evoca los mismos sentimientos pero apoyada en teclados, en la guitarra eléctrica del gran José Ángel Regnault, mejor conocido como Shazam, y en otros venenitos inofensivos.

Lo que más rescata Gómez de su recorrido en estos últimos años son las amistades que ha cosechado. Confiesa que, en buena medida, ahí está la clave de su progreso. Ellos representan nuevos ladrillos de una edificación cuyos cimientos se construyeron con discos de Stevie Wonder, Paul McCartney, Ilan Chester y otros seres brillantes.

Hablando de amigos, el contrabajista y jazzista Gonzalo Teppa participa en casi todo el álbum. También, el cuatrista Edward Ramírez actúa en cuatro de las 11 pistas. Es curioso que el instrumento venezolano por excelencia no se presenta como embajador de la raíz tradicional. Más bien, el integrante de C4 Trío se despoja del traje tricolor —cosa que ha hecho antes— y aporta una sonoridad especial, una onda world music, a piezas como “Cruzando laberintos” e “Irene”, en la que ejecuta su experimental cuatro con cuerdas de metal.

La que da nombre a la obra, cuya grabación contó con las maracas de Manuel Rangel y el bajo de Reynaldo Goitía, alias Boston Rex y líder de Tomates Fritos, representa un paso adelante en Alfred Gómez Jr. como compositor. Lo que alguna vez fui/ tengo que dejarlo ir, dice el cantautor como obligándose a evolucionar. Musicalmente, ofrece una atmósfera que la distingue de las demás canciones. Es la banda sonora de un viaje profundo.

Rodolfo Reyes, saxofonista de gusto exquisito, participó con su instrumento y el arreglo de los metales en “Cada cosa en su lugar” y “La fuerza de mi voz”, donde destaca el solo de fliscorno de Darwin Manzi. La primera de estas dos, por cierto, es otra simpática puerta de entrada a la música de Alfred Gómez Jr. para quienes aún no la han visitado. Un sonido cercano, por qué no, a Abre Páez (1999).

La primera vez que lo vi actuar en directo, pensé inmediatamente en Guillermo Carrasco, un amante de esa elegancia que duerme escondida en el cajón. Poco después, supe que estos dos personajes, criaturas de la misma especie y esquivos a la brecha generacional, se hicieron amigos. En fase de preproducción, el joven escribió un par de estrofas y un coro y se los envió al maestro diciéndole: ¿Qué piensas al respecto? Carrasco respondió con más versos y un puente. El resultado de ese diálogo artístico y hasta teológico es la reflexiva “Siempre escucha”. ¡Quién lo diría, Gómez y Carrasco se juntaron para un canto de fe!

No se puede escribir sobre este músico sin mencionar a Max Martínez, baterista, productor y artista de enorme sensibilidad que lo ha apoyado desde Simple. Sería un pecado también dejar de lado al equipo de ingenieros, entre ellos Darío Peñaloza, uno de esos héroes desconocidos para el público pero famosísimo entre los músicos. Y hasta aquí los créditos. Ahora crucen este umbral y crezcan en espiral ustedes también.

Este registro de 2014, grabado en el Teatro Cagigal de Barcelona, Venezuela, es una estupenda muestra de cómo suena Alfred Gómez Jr. y El Conjuntico en directo: https://www.youtube.com/watch?v=sW87zDRlw10&t=516s

Su página oficial: http://alfredgomezjr.moonfruit.com. Síganlo en Twitter e Instagram: @alfredgomezjr 

FOTO PRINCIPAL: Cortesía Yheizzi Pérez

ARTE DE LA CARÁTULA: Eduardo López

La gozadera debe continuar

La gozadera debe continuar

Entendámoslo de una vez: Los Amigos Invisibles mutaron. Mutaron para sobrevivir. La agrupación salió de un coma momentáneo y se encontró sin dos de sus seis extremidades, se lavó la cara y continuó su eterna gira. La grabación del unplugged —¿espasmos de la era MTV?— pareció retrasar una inevitable diligencia: escribir canciones, arreglarlas, firmar un nuevo álbum.

El Paradise, noveno trabajo de estudio de la banda venezolana, describe un bar a media luz para románticos y descarados. Un club en el que se encuentran lo funky y lo latino, el disco y el merengue, más arrabalero y menos elegante, todo pasado por un filtro como de finales de los años 70 y con bastante inclinación hacia lo sintético.

Desde la salida, a comienzos de 2014 y tras casi 25 años, del tecladista “Armandito” Figueredo, determinante en los arreglos, y del guitarrista José Luis “Cheo” Pardo, uno de los compositores, LAI en su versión 2.0 se dedicó a mantener a flote el negocio de los shows con la ayuda de los sustitutos respectivos. Presentó un lujoso unplugged en el que revisó su catálogo —grabado con la alineación original completa, quizá como hasta luego o adiós— y trabajó en una versión de “Otra cara bonita” en homenaje a Yordano.

Las fisuras ya se hacían evidentes en los tiempos de Repeat After Me, editado en abril de 2013, cuando ya el sexteto había dejado a su mánager de (casi) siempre, Lalo Noriega, y tenía rato viviendo desperdigado y mudado de Nueva York (salvo Cheo). Ese álbum encajaba en su rompecabezas gracias a hits como “Corazón tatú”, fiel a la tradición de LAI, y “La que me gusta”, que sumaba una variante brit pop al repertorio. También incluyó piezas orquestadas con el apoyo de Álvaro Paiva, como “Río porque no fue un sueño” y la instrumental “Robot Love”.

LAI había muerto, contó el vocalista Julio Briceño a El Nacional. Y cuando resucitó, al tercer día, ya no estaban ni Figueredo ni Pardo. “Maurimix” Arcas, percusionista, ocasional vocalista y también compositor de hits como “Ponerte en cuatro”, pidió un descanso. Tantos años de trote y de fines de semana ocupados pasaron factura. Recordemos que se vive de los conciertos, no de los discos. Que para entender a esta banda hay que verla en vivo. Y que LAI puede promediar unas 60 presentaciones al año, a veces menos a veces más. Echen números. Ni ellos mismos conocen la cifra histórica.

En directo, aunque basta con prestar atención para captar la diferencia, pueden maquillarse las ausencias. El sexteto sigue siendo la maquinaria festiva de siempre. La de los maratónicos medleys a modo de DJ set que no dan respiro a la audiencia. La que maneja con sutileza magistral los ánimos del público hasta llevarlo al pico máximo de euforia bailable. La del frontman convincente, gracioso e infalible. Pero en el estudio, donde se pone a prueba la creatividad pura, el reto es mayor.

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Para una banda experimentada, cada disco supone un desafío más grande porque busca mantener un pie en lo que representa, en su esencia, en lo que el público asocia con ella, y al mismo tiempo, una obligación a dar un paso adelante, evolucionar y sorprender. Esta vez, a LAI le costaron las dos tareas.

El abreboca pre-lanzamiento fue un bocadillo guapachoso, una especie de merengue titulado Dame el mambo”*, con letra reguetonera: Lo que tú tienes, flaca, es pa’ gozá’. Una medicina parecida viene con la primera cucharada del álbum. Se llama “Viajero frecuente del amor” y presenta elementos que ya son parte del sello LAI, salvo un puente que se sale de control. Ahí, en ese fragmento, suena como si Sandy y Papo hubieran tomado por asalto el estudio. Más adelante en el disco, vuelve ese beat sabrosón en “Ten cuida’o”*, otra pista con madera para sencillo promocional. “Como dice Jéctor, ni pa’ allá vo’a miral”, suelta Briceño, y comienza la picardía: ten mucho cuidao’ con mi mano abajo. El piano va marcando el paso en las estrofas. ¿Será la primera vez que suena un piano así en un tema de LAI?

Una voz engolada, presentador del bar al que uno supone con cara de charlatán, traje andrajoso, bigote anticuado y cabello engominado, va guiando el recorrido. Los invitados saltan a la vista —al oído, mejor dicho. La voz de Gil Cerezo, de Kinky, y otras pinceladas de los mexicanos, suenan en “Anestesiada”, un tema funky bubble gum del estilo “Plastic Woman”. Oscar D’León, quien pidió para la colaboración que no se le ofreciera una salsa, participa en el bossa nova “Sabrina”*, escrito por el bajista “Catire” Torres con Jorge Spiteri. Los Auténticos Decadentes (Argentina) se sumaron en la disparatada “Aquí nadie está sano”*. Y Elastic Bond (Miami) —en especial la voz de la hondureña Sofy Encanto— endulza la romántica “Espérame”*, otra candidata a single. Inevitable recordar la colaboración LAI-Natalia Lafourcade.

La banda volvió a jugar con el new wave a lo PP’s. ¿Recuerdan su cover de “Yo soy así” en Super Pop Venezuela (2005)? Bueno, “Cara e’ pasmao” es algo bastante similar. También insistió en un pop muy pop, tipo “Como lo haces tú” (Commercial) pero más frenético,  llamado «Si no estás tú»*. Y, en contraste, apenas ese termina, se pasa un switch y comienza “Contigo”, con un riff relajante, una letra cándida y un inocente arreglo de cuerdas.

Abundan los ruiditos y las atmósferas: un papelillo electrónico cubre todos los rincones, como quien quiere evitar los silencios incómodos. La guitarra perdió terreno y cedió su espacio a los sintetizadores. Dominan los coros deliberadamente pegajosos y predecibles. El Paradise no pareciera un disco concebido para la audiencia habituada al sonido LAI. ¿Podemos convenir que los mejores han sido The New Sound of the Venezuelan Gozadera (1998), The Venezuelan Zing a Song, Vol. 1 (2002) y Commercial (2009), o tienen otros en mente?—. Quizá funcione mejor para un público más virginal, menos familiarizado con los fabricantes de “El disco anal”. Quizá los consolide en el mercado mexicano. A lo mejor les abre otras puertas. Quién sabe.

Confieso que no puedo escapar de la nostalgia al percibir las amputaciones que sufrió esta banda, la favorita de tantos, que ahora va sin aquellos teclados y samplers tan auténticos y sin esa guitarra simpática y psicodélica. No he superado el despecho. Pero tampoco puedo dejar de celebrar que Chulius, Maurimix, Catire y Mamel (el baterista) mantengan vivo el beat. A fin de cuentas, la gozadera debe continuar… ¿O no?

 

*Un secreto: las que dejé en negritas son mis favoritas del álbum

El link para escuchar está por todo el texto. Por si no lo pillaste, aquí va de nuevo: El Paradise

Para la agenda de shows de LAI, click aquí

 

Ska con crisis de identidad

Ska con crisis de identidad

Los resultados de un experimento fantástico salieron a la luz en diciembre, aunque Venezuela, como ha ocurrido en los últimos años, estaba pendiente de cualquier otra cosa más urgente. Tras celebrar su 30 aniversario, Desorden Público, por primera vez, compartió la custodia de una criatura. No lo hizo con cualquiera; se trata de un ensamble de cuatristas que representa lo más interesante que ha ocurrido en la música venezolana en lo que va de siglo.

Esto es un ska con crisis de identidad, confiesa Horacio Blanco sobre una base que conjuga su ritmo predilecto con el joropo oriental. Es la décima pista de Pa’ Fuera, el álbum que grabaron con C4 Trío. No es una frase de relleno en procura de una rima. Es el reflejo de un (auto)cuestionamiento constante que siempre desemboca en la misma idea: la música es como la plastilina. Lo inalterable es historia.

Renombrado irónicamente “Esto NO es ska”, el tema propone una revisión de la declaración de principios que la banda presentó en su homónimo LP debut de 1988. Esto es ska, si no te gusta te vas, cantaban saltando hiperquinéticos entre los tiempos de Lusinchi y CAP II. Poco después, en su segundo trabajo llamado En descomposición (1990), seguían justificando su “ska de acá”: La música es de donde uno la toca, y yo toco lo que me provoca.

Y esta vez, ya con canas e hijos, les provocó jugar con su propia obra. La intervención de los cuatristas Edward Ramírez, Héctor Molina y Jorge Glem, quien además asumió el rol de productor, hizo que la raíz tradicional se expandiera como la de un ficus centenario, como una planta trepadora que colonizó todos los rinconcitos que cedió la propuesta original. El cuatro venezolano, que ha evolucionado a un ritmo vertiginoso en los últimos tiempos, se adhirió a la esencia de Desorden Público hasta redimensionar una docena de sus canciones.

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En este universo, aquella queja escrita en 1985 se titula “¿Dónde está er futuro?” La ele por la erre, con dicción de pescador. No tiene nada de ska, ni siquiera la típica guitarra cruzada. Es un joropo oriental, con un cotorreo al estilo del cultor Hernán Marín. Después de 30 años, DP se sigue haciendo la misma pregunta: Yo no sé si ya estoy ciego o estoy muerto/ si estoy viejo, si estoy tuerto/ pero lo importante, hermano, es que aún yo no lo veo/ el futuro no lo veo. 

Antes de terminar, la modernidad arropa abruptamente la canción y se produce una sensación tipo “Englishman in New York” de Sting, que corre el riesgo de asemejarse a aquellas fusiones desechables, etiquetadas como neofolclor, enviadas con apuro a las emisoras radiales cuando entró en vigencia la ley que las obliga a poner música criolla.

A veces, lo que parece una guitarra o un sintetizador, es un cuatro procesado. Ocurre en “El tumbao de Simón Guacamayo”, en la que el ska se fue de vacaciones. La letra, que habla de un hombre-leyenda con poderes mágicos, se realza. El vocalista canta relajado, apoyado en una base rítmica que contó con dos excelsos instrumentistas invitados: el bajista Rodner Padilla y el percusionista Diego “el Negro” Álvarez.

El intro de “Combate” es como una marca registrada de C4 Trío. Es una ensoñación producida, no por una píldora sino por instrumentos acústicos. Es como el dulce típico más exquisito, pero en forma de sonido. Esa es la única pieza de Diablo (2000) y la única que no proviene de los tres discos más celebrados de DP: Canto popular de la vida y muerte (1994), Plomo revienta (1997) y el primero ya mencionado.

En ocasiones, es como si a la original se le agregara más sal, pimienta y especies, más sazón. Un cubito Maggi de cuatros explosivos. Es el caso de “CUATRO popular de la vida muerte” y “Gorilón”, que sigue siendo ska, pero confrontado por un golpe tamborero guatireño, en un arreglo concebido por Gustavito Márquez, bajista de C4 Trío.

“La danza de los esqueletos” se convirtió en el “Merengue rucaneo de los esqueletos”, que quizá hubiese sido más provechoso como número instrumental. Es una de las letras geniales de Horacio Blanco: una fábula fantasmagórica contra la discriminación en todas sus formas. Pero en la nueva versión, al convertirse en merengue caraqueño, se comprimió la métrica y el vocalista debe poner el acento siempre en una sílaba incómoda. Es un reto innecesario. Se percibe la complejidad del arreglo y su sofisticación, pero la canción sufre. Los experimentos son bienvenidos, aunque no siempre den buenos resultados.

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“Es importantísimo romper esos tabúes. La música venezolana es la hecha por venezolanos”, dijo Glem, el productor del álbum, complacido por el acercamiento, que espera, se pueda reproducir en el público. Que los fanáticos del ska se aproximen, al menos de manera tangencial, a la música criolla. Que entiendan el cuatro como un vehículo para viajar a insospechadas sonoridades.

Aunque Desorden Público jamás se había empapado de folclor, musicalmente nunca fue una isla británica o jamaiquina en Venezuela: desde que el percusionista “Oscarelo” Alcaíno llegó al primer ensayo, comenzaron a saborear ingredientes de salsa, cumbia, dance hall, merengue dominicano, guaracha… Cada uno de sus discos es resultado de esa búsqueda desprejuiciada.

***

Los hits también sufrieron la metamorfosis. “Tiembla”, por ejemplo, tiene subtítulo: “De Carúpano al Callao”. Es de esas canciones que hacen vibrar a la audiencia sin importar el formato ni la ocasión. En cada presentación, sea en los Rock & MAU o en los conciertos de C4 Trío, cuando Horacio Blanco sale y canta Vivo en un lugar que despierta bajo un mismo sol, el público automáticamente se levanta de sus asientos. En Pa’ Fuera se convirtió en una suerte de calipso. Es carnavalesca y se vale de una charrasca —güiro, para los dominicanos— como en un buen tema de Juan Luis Guerra. Las trompetas abandonan el patrón original, pero esa variante las vuelve simpáticas. En fin, es un tiro al piso.

“Mal aliento”, otro de los clásicos, comienza como un reggae e incluye elementos de contradanza zuliana y un interludio de tambores con una ingeniosa poesía grotesca: Mujer hermosa, no confundas mi reproche/ mi sol, mi luna, que se eclipsan en tu boca/ Ingrata fortuna, a trueque de tus favores/ de ti se brotan, complicados los hedores. No olvidemos que esta canción es el anti-romance. La respuesta de DP a las baladas de Montaner, Guillermo Dávila y lo que mandaba en la radio de la segunda mitad de los 80.

“Allá cayó”, otro gran hit, también ha probado su efectividad para agitar multitudes. Esta crónica de la violencia criminal en Venezuela, que data de 1997, tiene varios ingredientes, incluido algo brasileño, un poquito de merengue caraqueño y quizá una pizca de joropo, pero sobre todo está basada en dixieland estadounidense.

“Valle de balas”, el encendido merengue-ska, cambió su nombre a “Valles del Tuy de balas”, porque no es ni ska ni merengue; es un joropo tuyero. Edward Ramírez, apasionado del género, tocó su cuatro de cuerdas metálicas —que emula al arpa— e invitó al cultor Mario Díaz. Es un momento interesante porque no suenan vientos ni batería. Es una versión intimista, muy rural aunque hable de Caracas. En el contrapunteo, se muestra el grito desesperado de una canción que quisiera autodestruirse: Cómo quiero a esta ciudad, por su gente maltratada/ yo la sueño más decente, más amable, más aseada/ que se acaben las pistolas que de bueno traen nada/ que algún día sea historia este pregón, esta añoranza.

«Vaya pue” es una de las apuestas más interesantes del álbum por el simple hecho de que DP, por esa única vez, le devolvió la pelota a C4. Se trata de una canción de Ramírez, del disco Entre manos (2009), que sirve de descanso instrumental en la mitad del recorrido. Es un ska tranquilo y colorido.

Pa’ Fuera no sólo reúne a dos generaciones de artistas. También conjuga expresiones musicales que regularmente no congenian, dejando a su paso un mensaje de tolerancia y admiración mutua en un país marcado por la división y la rabia. Además, persiste en la búsqueda de un sonido genuino, aunque, como una vez dijo Yordano, identidad es aquello que encuentras cuando dejas de buscarlo.

 

COMENTARIO: C4 ha logrado lo impensable. Ningún ensamble de cuatristas ha llegado tan lejos. Ha puesto de pie al público del Aula Magna de la UCV y del Teatro Teresa Carreño. Es capaz de deslumbrar a todo el que se le para enfrente. De Víctor Wooten a Dream Theather, de Jorge Drexler a Carlos Vives, todos tienen palabras de admiración hacia el ensamble.  Un latin grammy. Giras por Venezuela, Europa y Estados Unidos. Cinco álbumes —los dos primeros, más los que hicieron con Gualberto Ibarreto, Rafael “Pollo” Brito y Desorden Público— y el que lograron en directo con agrupaciones hermanas de la Movida Acústica Urbana. También lanzaron un DVD para celebrar sus 10 años de carrera, acompañados por luminarias como Oscar D’León, entre otros. Pero —siempre hay un pero— dejo acá un consejo que nadie me ha pedido, aunque sé lo difícil de la tarea: quizá, después de siete años de Entre manos, va siendo hora de que C4 Trío edité de nuevo un disco de C4 Trío.

FOTOGRAFÍAS: Daniel Guarache Ocque. Concierto de C4 Trío (Horacio Blanco como invitado). Cumaná, 23 de agosto de 2014

 

 

 

 

Ser invisible

Ser invisible

El superpoder más ansiado en la Venezuela actual es el de la invisibilidad. Que a uno no lo vean contando dinero, que no lo miren con bolsas en las manos, que no se fijen en el color de tu piel. Ni la ropa ni los zapatos. Que no te veas, que no te vean. Porque si te ven, existes, y si existes, pueden hacerte daño. Amenazarte, robarte, coñacearte. Si existes, puedes desaparecer.

Este país de tradición frívola y pantallera, de mujeres arregladas y hombres con móviles colgados del pantalón como walkie-talkies, que gasta bastante en productos de belleza y aseo personal, vehículos tunea’os y tetas operadas, es ahora una nación de zombies que quisieran pasar siempre desapercibidos como Patrick Swayze en Ghost. No vaya a ser que el otro se antoje y en la lotería salga tu numerito rojo. Una cifra más.

Los astutos, adaptativos, los que entendieron las reglas del juego, las leyes de un territorio sin leyes, procuran camuflarse, pasar siempre por debajo de la mesa; intentan —esta vez sí, profesora Gisela Kozak— ser todos iguales —chéveres ni de vaina. Homogeneizarse es sobrevivir. Ser invisible es la ambición del que no tiene poder. Es el disfraz de las víctimas. Y cada día avanzamos más hacia ese estado ideal de la invisibilidad: es preciso lucir como un individuo que no tiene absolutamente nada material que ofrecer. Una cara de que no rompe un plato porque ni platos tiene. De que no lleva nada consigo ni serviría de carnada para pescar algo más grande. Nada de cuentas bancarias, nada de tíos millonarios. ¿Dólares? ¿Qué es eso? ¿Divisas? Nuestra divisa es la inexistencia.

Conviene ser hombres y mujeres sin ahorros, que podrían caerse muertos mañana y no tener quien reconozca el cadáver. Conviene ser alguien que se sabe que vive porque deambula, respira y parpadea. Nada más. Un puntico minúsculo, imperceptible, en un mar de pelabolas. Asexuado, apolítico, solitario y, en el mejor de los casos, endeudado. Las mentadas de madre siempre guardadas en los bolsillos, jamás esparcidas por el verbo y el gesto. Queremos salir del banco luciendo como quien nunca en su puta vida ha hecho una transacción bancaria. Caminar por el aeropuerto como quien jamás se ha subido a un avión y jamás lo hará. Pagar la cuenta del restaurante como quien probó bocado por primera y única vez.

Sobrevive quien suprime de su cuerpo ese olor que despiden las aspiraciones y los anhelos. El que aprende a no temblar cuando ve un uniforme verde oliva, o a ocultarse cuando oye el rugido de una motocicleta. Está condenado quien acostumbra excitar a los otros, a las hienas y los buitres, con charretera o sin ella, depredadores de lo metálico que salivan ante la sospecha de un ciervo inocente, con un Benjamín Franklin sonriente brillando en sus pupilas. Esos sí lo muestran todo, sí buscan la visibilidad y la exageran. Sí existen… y se esfuerzan por dejarlo claro. Van por pasarelas imaginarias luciendo el traje de lo postizo, lo estrambótico, lo grotesco. Un traje tejido con plata ajena.

Curiosamente, su olfato de bestias ya no los conduce a Bolívar. Prueba de esto es que después de muchos años, contamos el dinero en público. Suenan los billeticos deprimidos, chas, chas, chas… La conversación se detiene para no joder la cuenta mental apoyada en susurros nerviosos. El pulgar ensalivado y la velocidad de un cajero: ochocientos, novecientos, mil. Lucimos como narcos todos, mostrando nuestras paupérrimas fortunas. Doce o más billetes de la más alta denominación (100 Bs., para los extranjeros) a cambio de un café con leche y azúcar, si hay café, leche y azúcar.

Algunos, de tanto reprimirse y esconderse, de tanto esconder la cabeza como morrocoy asustadizo, alcanzaron un punto de hastío y adoptaron una postura desafiante ante el malandraje. Una pose de no me importa un coño. Sacan el pecho y se envalentonan, mientras evocan a todos los santos… Aunque los santos pareciera que emigraron hace años, o quizá ejercieron, porque ellos sí lo han perfeccionado, el ansiado poder de la invisibilidad.

FOTOGRAFÍA: Daniel Guarache Ocque

El tren de Yordano

El tren de Yordano

La vida es un tren en movimiento. No existe metáfora más clara. La clave pareciera precisamente aceptar la travesía con sus mieles y sus tormentas; entender que siempre, aunque alguna fuerza nos empuje fuera, es preciso volver a los rieles. Yordano se vio obligado a bajar en la estación pasada para luchar contra un enemigo implacable. Afortunadamente, ese round lo ganó por knockout.

No es la primera vez que fragua un retorno. El artista y Sony Music decidieron darse una segunda oportunidad después de 20 años. Tras aquella efímera y tormentosa relación, a mediados de los 90, vivió una de sus épocas más difíciles. Se encontró fuera de sitio, catalogado como un producto vencido, encerrado en la casilla del fulano boom del pop venezolano de los 80. Persistente y testarudo, se labró un camino independiente y subió la cuesta. La luz vino con El deseo (2008) y Sueños clandestinos (2013), nominado al Latin Grammy en la categoría de Mejor Álbum Cantautor.

El tren de los regresos era materia pendiente. No es un disco de duetos convencional, porque el de la iniciativa no fue el artista sino la disquera. Tampoco se encargó de los arreglos; los invitados lo hicieron. Por primera vez en su carrera, el protagonista llegó de último a la fiesta y le puso la guinda a la torta.

El álbum se concentra en hits de 1984 a 1990. En aquellos días al músico le salían las canciones por los poros. Estornudaba y ¡pum! Le venía la primera línea de “Perla negra”. Ocho de 10 corresponden a los tres trabajos junto a la Sección Rítmica de Caracas y el productor Ezequiel Serrano: Yordano (1984), Jugando conmigo (1986) y Lunas (1988). El resto, “Madera fina” y “Robando azules”, pertenecen a la etapa de su ensamble Ladrones de Sombras y el compacto Finales de siglo (1990).

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Para El tren de los regresos, Sony convocó a su staff de artistas afines al caraqueño nacido en Roma. Y quizá gracias a eso, esta vez sí, Yordano consiga lo que tanto reclamó en el pasado: mayor exposición internacional. Son 10 vagones que viajan a diferentes velocidades, narrando historias de amor y desamor, dejando en el camino la melancolía y mirando hacia adelante. En cada uno, un amigo, y por cada amigo, una canción.

Ya existía un “Manantial de Corazón” de Willie Colón, un “Por estas calles” que se apropió Famasloop y una lectura funky de “Medialuna” que hizo Los Amigos Invisibles hace 10 años. Pero nada de duetos.

Revisemos el compilado pista por pista. Yordano, por fin, grabó con dos paisanos que son los artistas pop de su generación con más fama fuera de las fronteras venezolanas. Los tres provienen del mismo punto de partida: la era de Rodven Vs. Sonográfica. Quizá por ese origen común, esas parecieran las versiones más logradas.

  1. Franco De Vita recordó “Días de junio”. Rítmicamente similar a la original, pero con un piano sofisticado y protagónico. Se van repartiendo los versos y, en un punto sublime, se juntan. La voz de Yordano abajo, la de Franco arriba. Una dupla bien pensada, con sentimiento y sabor latinoamericano. Reluce la destreza de dos grandes del negocio musical.
  2. Por ese camino va “En aquel lugar secreto”, con Ricardo Montaner, que comienza como balada y se va acercando a un bolero orquestado. Es un romance de cualquier época bajo sol tropical. Un verdadero clásico en el que nada, absolutamente nada, desentona.
  3. Carlos Vives obtuvo la joya de la corona. La envolvió y se la llevó a su refugio, a su estilo, a donde se siente más cómodo. Yordano simplemente lo acompañó en el recorrido. Es un “Manantial de corazón” producido al estilo de El rock de mi pueblo. Guitarras eléctricas distorsionadas, baterías y efectos del vallenato moderno, con el tempo acelerado. El acordeón se asoma al final, como si hubiese recibido tarde la invitación. La letra, el contenido melancólico de la canción, cede su espacio a los saltos y al baile. Es una lectura evasiva de una escena deprimente.
  4. La otra joya que viaja en el tren le correspondió al también colombiano Andrés Cepeda. Es una “Perla negra” de la Belle Époque. Ya no es una prostituta latinoamericana. Esta vez el personaje mudó su negocio —su cuerpo, está claro— a París, a Nueva Orleans o al Atlantic City de los años de la prohibición. Cambió el Caribe por un abrigo de pieles que envuelve su piel desnuda. Dejó el ron por un bourbon, y el puro por un cigarrillo con boquilla. A pesar de todo, su drama sigue siendo el mismo.
  5. Gian Marco (Perú) se encargó de “Locos de amor”, una de las canciones más celebradas de Yordano. Como dijo el propio autor, la versión se parece a lo que él quiso hacer y no hizo en la grabación original de 1988. Es una pieza corta, fresca, muy radiable y sin complejo alguno. No hay mucho que inventar. Es una melodía y una letra que cautivan a la primera. Entonces, ¿qué hacer? Dejarla fluir naturalmente.
  6. El mismo criterio, aplicado de una forma incluso más radical, funcionó en las dos pistas siguientes. Santiago Cruz, un entrañable cantautor colombiano que debe medir los 1.88 metros de Yordano, respetó la esencia de “Hoy vamos a salir”; la grabó sólo con guitarras, manteniendo el intro y las transiciones. Duración: 2 minutos, 50 segundos. Es una de esas composiciones que oyes y piensas: ¿qué se le puede hacer a esto para mejorarlo? Pues nada. Dejarla como está. En fin, es un lindo dueto sobre una base… llamémosla minimalista.
  7. La talentosa flaca puertorriqueña Kany García se adentró en “Madera fina”, en este caso con ciertas variantes en los arreglos. Guitarras, un piano tímido, bajo y percusión menor. Más nada. Lo nuevo: las armonías vocales. Queda claro que García escuchó con atención lo que hizo Trina Medina en el registro de 1990.
  8. “No queda nada” suena distinta. Axel, como buen argentino, le metió una jeringa y le extrajo todo lo caribeño. La pieza, la que Yordano escogió como tarjeta de presentación para convencer a la disquera de su valía hace más de 30 años, suena a una balada romántica más común. Es una buena canción, y las buenas canciones se sostienen sobre cualquier estructura, pero cuesta escucharla sin ese bajo sobrio y solitario de la versión original, sin esas congas que hacen del despecho algo manejable, algo de lo que el despechado sabe que en el futuro podrá reírse con sus amigos. En esta grabación, no. Acá el guayabo es algo muy pero muy serio. Sospecho que funcionará perfectamente, al igual que el resto, en oídos virginales, oídos que no crecieron en un país cautivado por Yordano.
  9. Servando y Florentino se atrevieron. Convirtieron “Robando azules” en una bachata. ¡Y funciona! Es uno de esos casos que demuestran que muchas veces no importa el qué sino el cómo. Extraño el eco de “¡ella va!” en la voz de Trina Medina, pero esas son vainas mías. Se percibe el goce del dúo al trabajar con el ídolo. Hacia el final, después de un solo silbado, llega el clímax cuando entrecruzan sus voces: primero la de Florentino, luego la de Servando y finalmente el inconfundible tono de Yordano. Contra todo pronóstico, esta es una de las que más disfruto del álbum.
  10. El décimo vagón —que partió de primero, porque fue la primera canción publicada— es un tiro al piso. Si ponemos en una ensalada a Los Amigos Invisibles, una cumbia, Yordano, “Otra cara bonita” y lo mezclamos todo, ¿qué puede salir? Una fiesta, eso seguro. Y así ocurrió. La banda funk venezolana escogió un tema que pudiera manipular como plastilina y darle un barniz colombiano y sabrosón. Lo usaron como título de su gira de 2016 y crearon un simpático videoclip protagonizado por un pug. Además, como maestros en el manejo del timing de sus shows, encontraron en esta versión una interesante variante. En Bogotá, por ejemplo, presencié a una multitud bailándola encantada el mes pasado.

En resumen, El tren de los regresos es una compilación con sonido impecable y delicados arreglos, que funciona como una revisión en retrospectiva de sus temas antes de que pasemos página hacia lo próximo. Es como si Yordano nos estuviera recordando quién es y qué historias nos ha contado mientras prepara el ambiente para su siguiente hallazgo.

“Estoy feliz de estar aquí porque estoy vivo”, dijo el 16 de marzo en una rueda de prensa en el Centro BOD de Caracas, cuando anunció su acuerdo con Sony y el inicio de las grabaciones de este álbum. También adelantó que está trabajando en un disco de temas nuevos —el primero desde Sueños clandestinos— con José Luis “Cheo” Pardo, excelso guitarrista y creativo productor, también conocido como Dj Afro, ex integrante de Los Amigos Invisibles y principal artífice de Los Crema Paraíso. Yo, lo confieso abiertamente, no aguanto la curiosidad por saber qué se traen esos dos entre manos.

 

PÍLDORA: No se pierdan la remozada página de Yordano y súbanse al tren. Repito acá el enlace por si acaso: www.eltrendelosregresos.com. Si andan por Miami este fin de semana, véanlo en directo este domingo 6 de noviembre en el Miramar Cultural Center (Información).  E insistiré en esto, a pesar de cometer el pecado mortal de la autopromoción: los antecedentes de esta historia están relatados en el libro Yordano por Giordano, disponible en formato físico en las principales librerías del país y, en digital, en Libros en un click.

Foto principal: Daniel Guarache Ocque. Festival de la Lectura de Chacao. Plaza Francia de Altamira, Caracas. Abril, 2016

Los tiempos están cambiando

Los tiempos están cambiando

Lo que brilló en aquel escenario no fueron los Rolling Stones. Sí, por supuesto que deslumbró la presencia de Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts, con toda su parafernalia. Pero la noche del pasado 25 de marzo en la Ciudad Deportiva de La Habana, la banda británica vistió el traje de una metáfora y lo verdaderamente resplandeciente fue la libertad, rebelde y burlona, bailando, contoneándose, tocando la batería, fumándose un cigarrillo, diciendo lo que le venía en gana.

“Sabemos que años atrás era difícil oír nuestra música acá, pero aquí estamos tocando para ustedes en su bella tierra”, dice un sonriente Mick Jagger, en perfecto castellano, ante unas 700.000 personas excitadas —y otras 500.000 en el perímetro. Justo después, hace una pausa y, en tono reflexivo, parafrasea a Dylan: “Finalmente los tiempos están cambiando”.

No fue un acontecimiento que necesitase demasiado tiempo para cobrar una significación más allá de lo musical. Fue un hecho histórico antes de que ocurriera. Un libreto que parecía escrito hace mucho, obra de un ingenioso y romántico guionista. Por eso el cineasta Paul Dugdale, especialista en el género y responsable de Adele: Live at the Royal Albert Hall (2011), Coldplay: Ghost Stories Live y One Direction: Where We Are (2014), se apresuró y produjo una cinta que acaba de ser presentada en salas de cine.

Quienes no estuvimos en Cuba durante el espectáculo jamás sabremos con exactitud cómo era el aire que se respiraba desde “Jumping Jack Flash” hasta (I Can’t Get No) Satisfaction”. Pero The Rolling Stones: Havana Moon (aquí el tráiler) seguramente representa un justo registro de lo que experimentaron los cubanos cuando se encontraron de frente, sin intermediarios ni censores, en público y sin temor a represión, con unos verdaderos embajadores del rock and roll.

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En una sala de cine en Bogotá, a seis meses de aquella cita, muchos lagrimeaban al ver en la gran pantalla las lágrimas de quienes sí asistieron. La carga emotiva pesaba como un yunque. La música fue apenas una excusa, con sabor agridulce, para recordar que la vida ha sido dura. “You can’t always get what you want”, dice el coro, y luego, como para que no se pierda la esperanza, completa: “But if you try sometimes, you just might find you get what you need”.

Los Stones agitaron a la multitud con «Sympathy For The Devil» y «Paint It Black». Con «Gimme Shelter» le dijeron que en el mundo la guerra siempre está a la vuelta de la esquina: «War, children, is just a show away». Lo acariciaron con «Angie» y lo entretuvieron con “It’s Only Rock and Roll (But I Like It)”, como para que no se lo tomara todo tan en serio. De paso, le hablaron de las “Honky Tonk Women” y saborearon “Brown Sugar” y bailaron y rieron y se olvidaron por un rato de las penas, del encierro, el período especial, la cartilla de racionamiento, las balsas, las ideologías, el embargo estadounidense y lo que pasa por la mente de la mayoría cuando oye la palabra Cuba.

“Al prohibirlo se hace más apetecible (tasty)”, suelta Keith Richards en una de las entrevistas que acompaña la seguidilla de canciones. Y el guitarrista dice que, como es costumbre, actuaron movidos por el combustible que ha mantenido a esa maquinaria activa durante más de medio siglo: el cariño del público.

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Los ídolos la pasaron bien, mejor que en otras ocasiones. Vieron banderas de Inglaterra y de muchos países latinoamericanos. Vieron una audiencia en la que convivieron senos muy jóvenes al descubierto y canosos vestidos de cuero, gente heterogénea de todas las edades. Dijeron que comieron arroz con frijoles y empanadas y que “lo más rico fue bailar rumba cubana en La Casa de La Música”. Contaron que les encantó el museo abierto de automóviles antiguos que representan las calles de la ciudad y confesaron que lo más duro de efectuar el show fue el engorrosísimo papeleo.

Todo huele a cambio, mucho más que cuando Audioslave, el 6 de mayo de 2005, ofreció un show ante la Tribuna Antiimperialista José Martí de La Habana. ¿Habrá servido aquel encuentro con la banda híbrida, con integrantes de Rage Against The Machine y Soundgarden, con Tom Morello y Chris Cornell a la cabeza, como abreboca? Seguramente sí, al igual que el concierto Paz sin Fronteras del 20 de septiembre de 2009, que reunió en la Plaza de La Revolución a artistas como Juanes, Miguel Bosé, Olga Tañón y Jovanotti con trovadores como Silvio Rodríguez y agrupaciones como Los Van Van y Los Orishas.

Es cierto, Mick. The times they are a-changin’. Lo vemos en un crucero atracando en las costas de la isla. También en un desfile de Chanel en tierra comunista. Un partido de los Tampa Bay Rays de la Major League Baseball contra la selección cubana, ante la mirada de los presidentes Obama y Castro; y con Derek Jeter, gloria del deporte estadounidense, en las mismas sillas que Timoleón Jiménez, alias Timochenko, jefe guerrillero de las FARC colombianas. Lo sospechamos al presenciar sendos vuelos de American Airlines aterrizando en Cienfuegos y Holguín por primera vez en 55 años. Sí, los tiempos están cambiando… y los Rolling Stones, una vez más, colaboran con la banda sonora.

Comfort y música para volar: Soda Stereo en un sofá sobre las nubes

Comfort y música para volar: Soda Stereo en un sofá sobre las nubes

 

Lo que sonaba no parecía una guitarra. Era como el aullido de un ave primitiva. Gustavo Cerati usaba su pedalera como pintor expresionista. Hacía el amor a su Paul Reed Smith negra y brillante mientras narraba una historia ambientada en un Buenos Aires oscuro. Y no se trataba sólo de la furia entendida como un estado de ira demencial. La vieja canción —añejada en barricas durante 8 años— invitaba a los 90 a las deidades justicieras de la mitología griega. Así, comenzaba un viaje llamado Comfort y música para volar.

Lucía como Jeff Lyne (Electric Light Orquestra). Grandes lentes oscuros, abundante cabello crespo, suéter azul cielo. Relajado y abstraído, conectado con una fuerza sideral. Parecía en otro lugar, como si estuviera inconsciente de que se encontraba frente a un público cautivo en los estudios de MTV en 420 Lincoln Road de Miami, Florida.

Antes de convencerlos de hacer un especial desconectado, la cadena televisiva, principal vitrina latinoamericana de aquella época, había tocado infructuosamente las puertas varias veces. Les hubiese encantado que la banda argentina fuera la primera de una lista en la que ya estaban los Fabulosos Cadillacs, los Caifanes, Charly García, El Tri, Los Tres y Café Tacvba. Pero a Cerati no le gustaba la simple idea de “meter la canción eléctrica adentro de una caja acústica”.

Soda ya era gigante, todo lo gigante que puede ser una banda de rock en castellano. Había editado Sueño Stereo (1995) y estaba de gira por Centroamérica y Estados Unidos cuando MTV los dejó hacer sencillamente lo que les viniera en gana. Ya se sentía la distancia entre Cerati, Bosio y Alberti, que se despidieron al año siguiente. Una suerte de telepatía, desarrollada a través de muchísimos ensayos y grandes presentaciones, generaba un ensamble compacto y distendido.

Soda Stereo le cedió el coro de «En la ciudad de la furia» en su versión embriagante a Andrea Echeverri (Aterciopelados), con quien compartían el tour. Una decisión acertada, claro que sí. Un dueto que rozó la perfección. La colombiana sumergida en la letra; el líder, inspirado, abrazado a su guitarra intoxicada de efectos, mirando las furias volar sobre él.

Apoyados en los hermanos Fainguersch (chelo, fagot y viola) y en el productor Tweety González (teclados y samplers), rescataron “Un misil en mi placard”. El ska, engavetado en su disco debut homónimo de 1984, fue barnizado con los acordes de «Chrome Waves» de la banda británica Ride y convertido en otra canción.

“Té para tres” fue electrificada y coronada con el riff de «Cementerio Club«, original de Luis Alberto Spinetta en Pescados Rabiosos. Al igual que “Pasos”, gozó de un terapéutico arreglo de cuerdas. Y cómo olvidar la salvajemente sexy “Entre caníbales”, que superó a su versión original. Impecable de arriba abajo.

La edición de Comfort y música para volar que esta semana cumple 20 años de su lanzamiento incluyó dos números del tramo que el trío interpretó de pie con bastante distorsión, tachándole el un al unplugged. Ambas canciones estaban todavía frescas en ese momento: “Ángel eléctrico” y “Ella usó mi cabeza como un revólver”.

Por trabas de derecho discográfico, el compacto sólo incluyó 7 de las 13 que tocaron aquella noche. Resolvieron alterar el orden para el álbum y completar con pistas que habían quedado fuera de Sueño Stereo. Primero «Sonoman«, una suerte de “Tomorrow Never Knows” instrumental del futuro que al terminar dice: “Ya se los advertí, aquí tienen música para volar”. Luego, “Planeador”, “Coral” y “Superstar”, puros lados B de lujo.

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El CD de 1996 permitía una navegación multimedia. En su PC, el público podía pasear por el living de la carátula y, al darle click a cualquier elemento, ingresar a una habitación distinta. Al pulsar el televisor, por ejemplo, se veía un fragmento del cóver de “Génesis”, canción de la banda argentina Vox Dei incluida en su disco La biblia (1971). Al husmear en otra área, se podían jugar al técnico de grabación y separar las pistas de “Coral”: oír sólo las voces o la guitarra, las maracas, la batería, el bajo.

En 2007, una vez que se desataron los nudos contractuales que impedían echar mano de cualquiera de las 13 canciones grabadas, salió al mercado una nueva edición con el orden original del show y todo su contenido, sin los bonus tracks registrados en estudio. Se agregaron temas como “Terapia de amor intensiva”, «Zoom» y «Cuando pase el temblor», “Paseando por Roma”, “Disco eterno” y la mencionada “Génesis”, tal como aparecen en el DVD.

Comfort y música volar pareciera sonar mejor cada vez. La cita del 12 de marzo de 1996 en los estudios MTV dejó un registro de Soda Stereo en su punto más alto de creatividad, pulcritud conceptual y calidad en sus performances. Cerati tocaba y cantaba de un modo inmejorable. Era una banda muy segura de sí misma dictándole cátedra a sus contemporáneos: cómo administrar los artificios para emocionar, cómo poner cada ingrediente en su medida justa, cómo hacer curaduría de la obra propia.

Los gobiernos suelen decretar como feriados los aniversarios de batallas, natalicios de próceres y firmas de documentos independentistas. Yo, en un acto de rebeldía, he decidido declarar el 25 de septiembre, fecha de lanzamiento de esta joya, como día festivo. ¡Salud!