C4 Trío y la proeza de hacer historia con las uñas

C4 Trío y la proeza de hacer historia con las uñas

Publicado originalmente el 24 de noviembre de 2020 en Guatacanights.com

Jueves 24 de noviembre de 2005. 7:00 pm. Sala Arturo Uslar Pietri, Casa Rómulo Gallegos. Celarg, Fundación Multifonía y CONAC presentan a… ¡Los Cuatro Fantásticos!

El programa de mano no promete nada. Un cuatro acostado, una tipografía común, una clave de sol seguida de unas blancas, negras y corcheas desperdigadas por el espacio en blanco y, de ñapa, un nombre que es más chiste que nombre: Los Cuatro Fantásticos, porque los integrantes son cuatro y tocan el cuatro maravillosamente. Todos.

Nadie sospecha que será histórico este Jueves de Multifonía. En principio, es una fecha más de un ciclo de conciertos que dirige el músico Edwin Arellano en el centro cultural que lleva el nombre del autor de Doña Bárbara. Nada en ese diseño apresurado augura que el merideño Héctor Molina, el caraqueño Edward Ramírez y el cumanés Jorge Glem —con la adición fugaz, en esa primera cita, de Rafael Martínez— cambiarán algo en la escena musical venezolana.

Muchas cosas estaban pasando. La Cátedra de Música Venezolana que dirigía Orlando Cardozo en el antiguo Instituto de Estudios Musicales, en el que estudiaban Molina, Glem y Martínez, propiciaba amistades y experimentos. Ellos tres, que no son exclusivamente cuatristas, habían conformado un grupo al que llamaban Los Doce, no sólo por los 12 órdenes de sus instrumentos (Molina en el cuatro, Glem en mandolina y Martínez en contrabajo), sino inspirados en un bambuco del colombiano Álvaro Romero Sánchez que versionó magistralmente el Ensamble Gurrufío.

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Cuando consideraron la propuesta cuatrística de Arellano, les pareció buena idea invitar a Edward Ramírez, alumno de Cardozo en la Escuela José Reina de San Bernardino. Edward es dos años y medio más joven que Jorge, y casi 5 más joven que Héctor. En 2005 esa diferencia de edad era evidente, pero a todos les encantaba lo que hacía el muchacho —entonces de 20 años— con su cuatro. Era (es) un fajao de esos que invierten muchas horas estudiando armonías, absorbiendo conocimiento, perfeccionando su técnica. Por eso obtuvo, precozmente, el tercer lugar en dos ediciones consecutivas de La Siembra del Cuatro, el festival que los ubicó a todos en el mismo sitio. Jorge lo ganó ese 2005 y Héctor había sido finalista el año anterior. El certamen, organizado por Cheo Hurtado, nació con el objetivo de realzar al cuatro venezolano y celebrar su enorme riqueza. Lo que ocurriría a partir de aquella velada sería un ejemplo palpable de su éxito.

La cátedra de Cardozo en el Iudem fijaba los cimientos de lo que se convertiría en la Movida Acústica Urbana, un colectivo que combinaba la gracia de la música folclórica con la rigurosidad de la academia y la osadía del jazz. Su esplendor ya se reflejaba en un álbum llamado Venezuela en Cámara, que recogió lo mejor de aquel laboratorio de Cardozo. Todos los integrantes del futuro C4 Trío grabaron allí por separado, incluido el bajista Rodner Padilla (con su ensamble EnCayapa), un personaje que entonces era de reparto en esta historia, pero que se convertiría en protagonista.

Con ese 24 de noviembre en el horizonte, Molina, Glem, Ramírez y Martínez trabajaron en arreglos. Se inventaron un formato en el que A inicia el recital tocando solo y después invita a B para tocar una pieza juntos. Luego A sale de la escena y B se queda, toca solo e invita a C. Y así hasta llegar al cuarto integrante, que llama a los otros para cerrar con varios números en conjunto.

Para ensayar, se reunían en los espacios abiertos del Complejo Teresa Carreño. Se juntaban en una oficina prestada de la Escuela Nacional de Hacienda Pública, donde Héctor trabajaba. Y se veían en una habitación que alquilaba Jorge Glem en El Cafetal. No había necesidad de rentar una sala de ensayos ni plata para hacerlo.

Un formato inédito los obligaba a buscar una nueva manera de concebir los arreglos musicales. Su labor de artesanía buscaba exprimir el instrumento nacional al máximo y, al mismo tiempo, usarlo como vehículo de cualquier género. Mientras uno cumplía la tarea de servir una base rítmica, el otro se encargaba de armonizar y un tercero cantaba la melodía. Y así se iban rotando, juntando, dialogando musicalmente y construyendo frases de las que cada uno ponía un pequeñísimo retazo. Comenzaba a configurarse lo que sería el sello de una agrupación emblemática.

El 1º de julio de ese año se había estrenado en Venezuela la taquillera versión cinematográfica del cómic Los 4 Fantásticos. No tardaron Jorge, Héctor, Edward y Rafael en comenzar a jugar con ese título. Edwin insistió en que le pusieran un nombre al proyecto. Necesitaba el dato para agregarlo a los programas de mano. Cuando llegó el día del concierto, todavía no se habían decidido. Entonces presionó print y así quedaron: Los Cuatro Fantásticos.  

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No existe un registro de asistencia de aquella noche. Uno dice 15, el otro 10, el otro 20. La Uslar Pietri es una sala pequeña, con aforo para unas 50 personas. La flautista Yaritzy Cabrera, que ya era novia de Héctor —y sería en el futuro su esposa y madre de su hijo—, estuvo presente. Jorge Torres, gran mandolinista, amiguísimo de Edward y compañero suyo en el novel ensamble Kapicúa, también. Gente asidua a ese espacio; gente con la que compartían en parrandas; gente perteneciente o cercana al grupo Multifonía, al que pertenecían Héctor, Rafael y que dirigía el propio Edwin Arellano, curador del ciclo; un puñado de privilegiados presenciaron cómo estos instrumentistas de extraordinaria destreza individual se fundieron por primera vez en un monstruo de varias cabezas. Ellos mismos descubrieron esa noche una energía que no habían experimentado antes. El cuarteto, que se consolidaría como trío, dijo hola y recibió el primer aplauso de lo que sería una exitosa carrera.

***

Tras aquella cita en el Celarg, Rafael Martínez se mudó a San Cristóbal y eso obligó al resto a repensar los arreglos. Una vez que el concepto cuajó, se empezaron a abrir puertas. Una tras otra. Un concierto por aquí, otro por allá. Conocieron a Aquiles Báez y, gracias a él, surgió la invitación a viajar por primera vez a Estados Unidos para el festival Venezuelan Sounds. El mismo Aquiles y el empresario y melómano Ernesto Rangel les propusieron ir al estudio de grabación.

El CD, que fue la prueba piloto de una plataforma cultural que apenas nacía y que adoptaría el nombre de Guataca, se editó firmada con un nombre nuevo, uno más ajustado a sus aspiraciones, más serio: el explosivo y elemental C4 Trío.

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Los años recientes, en los que sus integrantes emigraron, han supuesto tragos amargos en la vida de los músicos. Gustavito Márquez, quien fuera su bajista en una época de actividad intensa, murió en mayo de 2018. También recuerdan constantemente a su mánager Soraya Rojas, co-responsable en su proceso de profesionalización, que falleció en septiembre de 2017; y a uno de sus ingenieros de sonido más queridos, Rafael Rondón, cuyo deceso en enero de 2020 sorprendió y ensombreció a todos.

Aunque este relato promete muchos más episodios, C4 Trío ya lleva consigo un currículum sorprendente. En su hoja de vida saltan a la vista datos que antes parecían irreales para un ensamble inspirado en la raíz tradicional venezolana. Completar giras nacionales de una decena de fechas. Tocar en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño, el Aula Magna de la UCV, el Anfiteatro del Centro Sambil o el Poliedro de Caracas, participar en multitudinarios festivales de verano en Europa, sorprender a alumnos y profesores de la Berklee School of Music, grabar una canción junto a Rubén Blades y editar un DVD celebratorio de sus 10 años, de calidad cinematográfica, con Oscar D’León, Guaco, Horacio Blanco, Servando Primera y Betsayda Machado. Ser ovacionados por el selecto público de la ceremonia no televisada de los Latin Grammys. Infinidad de recitales y ovaciones.

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El catálogo suma seis álbumes, tres de ellos junto a grandes personajes, Gualberto Ibarreto, Rafael “Pollo” Brito y el nicaragüense Luis Enrique, y uno junto a una gran banda, Desorden Público. Sus producciones han sido postuladas en tres ocasiones al Latin Grammy a Mejor Álbum Folclórico, de las que ganaron una en 2019, mismo año en el que el arreglo de su canción con Luis Enrique, Sirena, realizado por su bajista y productor, Rodner Padilla, triunfó. Su disco De repente, con El Pollo, se llevó el premio a la Mejor Ingeniería de Grabación en 2014 gracias al trabajo de un equipo brillante encabezado por Darío Peñaloza y Germán Landaeta. Y de guinda, sorpresivamente, lograron una nominación, junto a Desorden Público, a los Grammys anglosajones en 2018.

Por encima de todo eso, C4 goza de una unanimidad inusual en estos tiempos. Cuando tocan, nadie es indiferente a ellos. Ni en Caracas, ni en el interior de su país, en Estados Unidos o Europa. En lo que va de siglo, ha sido el ensamble consentido de Venezuela, llevado por su carisma, su espectacularidad, su virtuosismo y el sabor con el que reinterpretan los sonidos de su tierra. Cada nota de C4 es una celebración de la música venezolana y del cuatro como su instrumento rey. C4 es, a fin de cuentas, la fiesta de un país cuya historia se escribe con las uñas.

Compasses: Joropo adulterado en alta mar

Compasses: Joropo adulterado en alta mar

Publicado original en Guatacanights.com el 19 de noviembre de 2020

Compasses encara la música tradicional venezolana como lo haría una banda de rock progresivo. Se apropia de sus formas para luego deconstruirlas. Absorbe sus melodías para reinterpretarlas. Sotavento, su segundo álbum, fue un atrevimiento con altísimas probabilidades de generar una catástrofe de 40 minutos. Pero el resultado fue lo contrario. La obra es un testimonio de cuánto más se puede hacer a partir de los sonidos de raíz folclórica y de hasta dónde pueden ensancharse las fronteras del país sin olvidar su vértice.

El patillero, primera pista del álbum, es una declaración de principios. Un joropo recio, pero enrrevesado; repleto de transiciones, recortes, muy complejo en ritmo y armonía, pero sabroso al fin. Desde el segundo 1, el ensamble muestra sus colores como diciendo: Áquí no se vino a jugar carritos. Un arpa desatada avanza de la mano de un cuatro agresivo, que suele bailar con las maracas. Un bajo de seis cuerdas hace y deshace; marca el ritmo, pero se suma en ciertas frases, colorea, genera un ambiente. Todos suman y destacan. Es una coreografía de dedos y uñas con intención llanera pero trasfondo urbano.

La agrupación había mostrado su calidad en Acoustic Play (2015), compacto que llevaba una suerte de slogan en la tapa —World music made in Venezuela—, pero a ese álbum debut no le hicieron justicia ni el título ni el arte. El contenido musical no se reflejó en el ropaje.

El nombre de la agrupación no remite únicamente al compás en el pentagrama o a ese útil que llevábamos en la cartuchera del colegio para crear círculos perfectos. También evoca la brújula del marino. Ahí cobra más sentido lo de Sotavento, término náutico para referirse al lugar hacia el que corre el viento. 

—Es la nueva dirección de la música venezolana que estamos haciendo —me dice Alis Cruces, el cuatrista.

A la primera oída, queda claro que Compasses no tiene una extremidad débil. Cada integrante es un referente de su instrumento. Todos han deslumbrado, en algún momento, a los jurados de los festivales de Joropo de Villacencio, Colombia, y de El Silbón, en Venezuela. Alis Cruces —también ganador de La Siembra del Cuatro en 2017— ha sido Mejor Cuatrista en ambos certámenes. Andrés Ortiz, Mejor Maraquero. El joven Nelson Echandía, Mejor Bajista. Y el arpista Eduard Jímenez, que sí ganó el premio como instrumentista en el Festival El Silbón en dos ocasiones, en el de Villavicencio se llevó otro a la Mejor Obra Inédita. Porque los muchachos también son compositores.

En Sotavento participan invitados de lujo. En Perlas, autoría de Carlos Suárez, se sumaron el udu de Leo Vargas, la percusión de Yonathan Gavidia y la voz de Hana Kobayashi, que no transporta letras sino que tararea una melodía dulce. Gavidia y Kobayashi también colaboran en un tema divertidísimo del bajista Nelson Echandía (autor de varios) llamado Achill, marcado por el sonido del steel pan de Jonathan Scale, que dialoga con el arpa de Jiménez.   

La cuerda floja es un merengue caraqueño elegante, realzado por el piano de Baden Goyo, el violín de Eddy Marcano y el clarinete de Oswaldo Graterol; y Odalis, una suerte de samba brasileña escrita por Alis Cruces, tocada junto al flautista Eric Chacón y al cuatrista Miguel Siso. Por venezuela es una gaita zuliana armoniosa y vanguardista, con arreglos de cuerdas de Trino Jiménez y solos de guitarra eléctrica de Daniel Bustillos, mientras que Dchan es una pieza de fusión que pone de relieve la batería de Andrés Briceño y la flauta y el saxo de Fernando Fuenmayor. Y Briceño sigue presente en Entre amigos, donde aparece, como un animal exótico, la gaita de Anxo Lorenzo, que trae a la mezcla un ingrediente celta inesperado.

La obra recorre el llano, Caracas y Maracaibo. Luego vira el timón hacía Angostura y después hacia Oriente. Como para dejar clara la bitácora, cada dos o tres canciones, se inserta un descanso con remembranzas poéticas. A veces habla una voz masculina, como la de Emilio Lovera, quien escribió sus propias líneas. Y a veces una femenina, como la de la locutora Génesis Rivas, quien leyó unos versos del Pollo Sifontes, autor, por cierto, de Auristela del Orinoco, un pasaje en el que destaca la mandolina de Jorge Torres.

Cada una de esas estancias poéticas entre canciones es una oda a cada región, como la leyenda de una postal que va llegando desde cada destino del viaje. Así, hasta cerrar con Carretera, de Aldemaro Romero, cantada por Marcial Istúriz.  

Alis Cruces es de Güigüe, pueblo ubicado al sur del Lago de Valencia, Carabobo (quizá el único en el mundo con doble diéresis). Nelson Echandía y Andrés Ortiz son de San Carlos. Y Eduard Jiménez, de Maracay. Todos viajaron durante 2019, en varias pautas, a Audioplace Estudios en Caracas para encontrarse con Jean Sánchez, productor del disco, y aprovechar al máximo el tiempo en la sala de grabación.

Sotavento, el resultado de esas sesiones, con portada de Rubén Darío Moreno, llegó a las plataformas digitales en plena crisis del Covid-19. Confinados, celebraron la nominación a los Latin Grammys al Mejor Álbum Instrumental, misma categoría en la que Miguel Siso, uno de sus invitados, ganó en 2018.

El reconocimiento en esa gran fiesta del negocio musical latinoamericano se suma a un palmarés respetable para esta agrupación fundada en septiembre de 2011. Compasses, que estuvo en el ciclo Noches de Guataca Valencia en 2015 y que ha tocado en países como El Líbano, China y Australia, ha sido una de las joyas más brillantes del ambiente de los festivales joroperos colombo-venezolanos de esta década que termina. Ha ganado el primer premio en El Silbón, en los festivales San Martín de Los Llanos, El Araucano de La Frontera y El Retorno, y ha obtenido el segundo puesto en Villavicencio.

Además de Jean Sánchez, ingeniero ganador del Latin Grammy 2014, junto a un grupo de colegas, por el álbum De Repente del Pollo Brito y C4 Trío, en el equipo técnico responsable de Sotavento estuvo, en la mezcla, Darío Peñaloza, un denominador común en buena parte de los trabajos venezolanos reconocidos —postulados o ganadores— por la Academia Latina de la Grabación. El progreso musical venezolano se ha cristalizado a la par de la profesionalización de los técnicos de sonido, piezas fundamentales del proceso; editores, intépretes, vehículos del arte musical.

Luis Enrique: “Este proyecto ha sido para mí un reto de la A a la Z”

Luis Enrique: “Este proyecto ha sido para mí un reto de la A a la Z”

Publicado originalmente en GuatacaNights.com el 16 de noviembre de 2019

No es momento de descansar. Desde que comenzó a cristalizarse el proyecto que devino en Tiempo al tiempo, obra ganadora del Latin Grammy al Mejor Álbum Folclórico, cada vez que Luis Enrique y los cuatro integrantes de C4 Trío coinciden en tiempo y espacio, se activa una agenda de entrevistas, ensayos, reuniones, pruebas de sonido y, por supuesto, presentaciones, que apenas deja un cuarto de hora por acá, media por allá, para un trago, una siesta, un bocado.

Edward Ramírez viaja desde Medellín. Héctor Molina, desde Miami. Jorge Glem vuela desde Nueva York y, después de los Latin Grammys hubiera seguido esa misma noche hacia Chile si sus compromisos allá no se hubiesen suspendido por los disturbios. También llega, con su cajón, el percusionista Diego “El Negro” Álvarez. Y, por supuesto, el ganador del Latin Grammy 2019 al Mejor Arreglista, el bajista del grupo, Rodner Padilla.

Un bar del inmenso complejo del MGM Grand, que incluye el Teatro de David Copperfield, escenarios del Cirque du Soleil, tiendas, restaurantes, ferias de comida rápida, kilómetros de casino sin principio ni fin y la arena donde se organizan las grandes peleas de boxeo, se convierte en el escenario del reencuentro de los músicos.

Se abrazan. Se ponen al día. Luis Enrique suelta una seguidilla de venezolanismos. Carcajadas. Comienza el circuito. El ascensor en el que subimos se abre en un piso desde el que se ven pequeños edificios que también son enormes. Tocamos la puerta de una de las 6.852 habitaciones del hotel y, detrás, nos encontramos con una estación de radio improvisada.

Luis Enrique no da entrevistas sin C4 Trío y en todas comenta que el ensamble lo impresionó desde que los vio tocar por primera vez, por su destreza, su musicalidad y, sobre todo, su osadía para explorar nuevos caminos para el cuatro venezolano sin desconectarse de su raíz. En todas, remarca su amor por el folclor venezolano y cuenta su propia relación con la música tradicional.

“Mucha gente conoce mi faceta de eso que me ha dado fama, que es la salsa, y lo agradezco. Sin embargo, realmente vengo de una raíz folclórica. Mi familia se dedica a hacer folclor en Nicaragua. También son gente muy comprometida, socialmente hablando, con lo que sucede en nuestro país. Yo crecí bajo esa sombrilla, ese impulso de decir las cosas que suceden, de hablar de las injusticias. Nunca he estado lejos del folclore, aunque nunca lo había hecho en mi carrera. Siempre quise hacerlo, y ¡qué mejor manera sino con C4 Trío, que son unos maestros!”

Salimos del MGM, subimos a un taxi y nos vamos al Hard Rock Café Hotel. Kerly Ruiz, la presentadora venezolana, los espera para una entrevista inusual en una cama. Bromean con doble sentido, pero el contenido de la charla es el mismo. La camaradería con C4, el amor por la música de raíz latinoamericana, el orgullo de haber sido reconocidos por la Academia Latina de la Grabación. De ahí, siguen sin pausa hacia una cita con una revista que cubre especialmente el mundo de la música norteña y otra con una emisora radial dirigida al público hispano de Estados Unidos. Se pasan el switch del castellano al inglés constantemente. Entre una y otra, en pequeños tiempos muertos antes de salir al aire, aprovechan para afinar detalles de lo que tocarán en el evento Los Producers esa misma noche, donde compartirán escenario con artistas como Fito Páez, Ximena Sariñana, Lasso y Leonel García (ex Sin Bandera). La canción que tocarán allí, Mi tierra de Gloria Estefan, termina tomando forma en un ensayo improvisado en la terraza del Hard Rock Café, al borde del bulevar que es el epicentro de Las Vegas, donde confluye todo lo que es conocido en el mundo de esa ciudad que nació del envite y el azar a principios del siglo pasado.

“Ha sido un camino de mucho aprendizaje, un reto de la A a la Z, y encima de eso conseguimos este reconocimiento”, me dice, sobre la concepción del álbum galardonado. Se siente orgulloso, especialmente porque es un proyecto que “no obedece a ninguna moda”.

Caminamos entre máquinas tragamonedas, pantallas de apuestas deportivas y mesas de Blackjack cuando habla de lo que motivó a un músico de semejante trayectoria en la salsa, más de 30 años de carrera, cerca de la veintena de álbumes y bastante fama en buena parte de Latinoamérica, a lanzarse de chapuzón a una apuesta tan experimental con joropo, danza zuliana y tonada.

“Honestamente, lo primero es lo primero: la música —se enseria Luis, como le dicen los muchachos de C4—. Es sumamente importante para mí saber que estoy haciendo algo más allá del hecho de querer, caprichosamente, grabar otro CD. Tiene que haber una razón más. Primero, la música. Pero si, además, vamos a hacer música, ¿qué estamos dejando? ¿Qué estamos diciendo a través del proyecto? La razón mayor es aportar algo, bien sea a través de la canción, o a través de la posibilidad que estamos creando al lograr un álbum de música folclórica de canciones inéditas”.

Bastan 48 horas viéndolo trabajar y escuchar los testimonios del grupo, para entender que Luis Enrique no es ese artista que llega al estudio de grabación a ponerle su voz a un proyecto en marcha. Así, los hay muchos y muy buenos, pero él corresponde a un perfil distinto que se lanza de cuerpo completo en la obra. Que asume con entusiasmo el desafío, cuidando detalles, construyendo desde los cimientos.

De Venezuela, recuerda su público. Bromeando con Molina, Padilla y compañía, dice que algún día se comprará allá dos casas, una en la playa y otra en la montaña. Se ilumina su rostro cuando hurga en la memoria sus experiencias en el país: “¡Guao! El amor con el que reciben el trabajo que uno hace. Eso para mí es increíble, es importante, pero, sobre todo, me emociona haber conocido una Venezuela con una energía eternamente joven, de gente echando pa’ lante, gente muy linda. Cada vez que llegaba, me contagiaba de eso y por eso me encantaba ir”.

No hay una entrevista en la que Luis Enrique no remarque el mensaje del sencillo Añoranza, una canción dedicada a los caminantes, a los que se van “con su vida arrugada en un morral” buscando oportunidades, alimento, medicinas, bienestar para sus familias. Dice que se ve reflejado en los integrantes de C4 porque él salió de Nicaragua en 1978 y llegó a Los Ángeles a construirse esa ruta que, en algún punto, después de mucho sudor, comenzó a dar frutos: “Es duro llegar a un país como éste y comenzar de cero; intentar edificar algo en un lugar que no es tu tierra, donde hay muchas cosas que tienes que hacer que no estaban en tus planes. Reconozco el esfuerzo que ellos hacen todos los días por echar pa’lante. Reconozco su deseo de tener una carrera haciendo lo que hacen. Todo eso es valioso”.

Luis Enrique también demostró en pocas horas que es una criatura del escenario. Que el éxito no es producto de la casualidad. Con el ensamble, le tocó el rol difícil de abrir la premiere de los Latin Grammys, cuando la gente apenas se estaba acomodando en sus sillas, mirando sus teléfonos celulares, entrando en calor. Sí fueron aplaudidos, pero todos se bajaron con ganas de desquite, aún cuando salieron de esa ceremonia bateando para average de .1000, con dos Latin Grammys en las dos casillas en las que competían. Pasaron las horas, se hizo de noche y el ídolo entró a la after party y la puso patas arriba con su gracia y su talento, con energía y desparpajo. Ahí sí: nadie fue indiferente a lo que pasó en el escenario. Ahí sí recibieron el premio que más les gusta a los artistas: la ovación frenética.

 

Las notas altas de la música venezolana en 20 años de Latin Grammys

Las notas altas de la música venezolana en 20 años de Latin Grammys

Publicado originalmente en GuatacaNights.com el 13 de noviembre de 2019

Lo del Pollo Brito esa noche fue un atrevimiento. Rodeado por el C4 Trío, escogió el momento más apremiante, la premiere de los Latin Grammys en Las Vegas, para decir cam-bur-pin-tón con notas altas, allá donde los trastes del cuatro se hacen cada vez más cortos. Fue como un mensaje encriptado. Una manera de decir ante una pléyade de artistas latinoamericanos que gozan de su admiración: Aquí estamos, aquí está Venezuela, aquí está el cuatro venezolano.

Lo del Pollo en esa velada en la que él, el ensamble y el equipo de ingenieros encargados de su álbum De repente resultaron ganadores, fue como encestar un tiro libre con los ojos cerrados en una final de baloncesto. Se le ve el gesto de picardía en la cara (mírenlo ustedes, minuto 2:45 del video). Dicen que salió al escenario nervioso, pero cuando arrancaron los cuatros de Héctor Molina, Edward Ramírez y Jorge Glem y el bajo de Rodner Padilla, ya no lo parecía. Lo que importó fue el disfrute al tocar la música que ama en un escenario tan prestigioso, rodeado de pop y jazz, de bossa y salsa, de gente como Rubén Blades, Carlos Vives, Juanes y más ídolos de la música hispanoamericana que aplaudieron al ver la explosión de esa guitarrilla pequeña que lleva la bandera de Venezuela tatuada en la madera.

A cinco años de aquel momento, que es uno de los más memorables que ha experimentado la música venezolana en el extranjero, C4 está de regreso en Las Vegas, esta vez con un álbum experimental junto con el nicaragüense Luis Enrique, a quien los músicos admiran, todavía más, ahora que han trabajado codo a codo con él. Aspiran por tercera ocasión al Latin Grammy a Mejor Álbum Folclórico que no ganaron en 2013, cuando fueron postulados por primera vez gracias a su trabajo junto con Gualberto Ibarreto, y que también se les escapó en 2014, cuando salieron del Mandalay Bay Center saboreando una victoria distinta pero igual de satisfactoria.

Los C4 también brillan fuera de C4. En 2017, Edward Ramírez volvió a la ceremonia por una nominación sorpresiva junto con su aliado, el letrista, compositor y cantante Rafa Pino, con quien desarrolla un proyecto paralelo en el que explora una variante específica del joropo originaria de la región central de Venezuela. El Tuyero Ilustrado jamás imaginó que llegaría por su propio pulso a tal instancia, y ahí estuvo, con sus versos y su gracia, innovando a partir de una semilla muy vernácula, triunfal aunque el gramófono quedó en manos de la mexicana Natalia Lafourcade y Los Macorinos y su propuesta impecable de homenaje al folclore latinoamericano.

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Los Latin Grammys han evolucionado notablemente desde su primera ceremonia, celebrada en el Staples Center de Los Ángeles en el año 2000. La Academia Latina de las Artes y Ciencias de la Grabación, organismo conformado por artistas, productores y gente de la industria del disco —y ahora otros formatos—, entendió que debía abrirse a mercados y públicos más allá del circuito hispano de Estados Unidos. La fiesta se movió entre Los Ángeles, Miami, Nueva York y Houston hasta que encontró en Las Vegas un epicentro en el que este año cumple una década.

Las primeras citas no tuvieron casi presencia venezolana. Aparte de varias nominaciones de Oscar D’León y de las victorias del productor Alfredo Matheus por sus trabajos junto a Olga Tañón y a Marc Anthony, no ocurrió mucho más. Tímidamente, comenzaron a aparecer Los Amigos Invisibles, Montaner, Servando y Florentino y Franco de Vita, hasta que llegó Voz Veis y se llevó dos premios en 2007, año en el que también ganó el gran sonero y año anterior a la primera gran velada de la música venezolana en los Latin Grammys, donde un digno representante, sin saberlo, abrió las puertas de lo que venía.

En Houston, en 2008, Oscar D’León hizo de maestro de ceremonia de la entrega del premio honorífico a Simón Díaz. El maestro de las tonadas, vistiendo un liquiliqui, con los brazos abiertos y sin necesidad de micrófonos, y celebrado por su Caballo viejo, por su Tonada de luna llena y por tantas canciones eternas, ofreció un chispazo de su ingenio: Ustedes están oyendo/ con cariño y emoción/ a este viejito que se llama/ El Tío Simón.

En 2009 sólo triunfaron Los Amigos Invisibles y José Antonio Abreu recibió un premio honorífico. 2010 fue otra historia. Entre las victorias de Voz Veis y las de Chino y Nacho, relució un premio que puso de relieve los Tesoros de la música venezolana en la voz de Ilan Chester, quien creó un compendio de 6 álbumes divididos por regiones. Por aquellos días, el cantautor comentó que nunca se sintió tan a gusto con aquella etiqueta de El músico de Venezuela, que siempre consideró más un ardid publicitario que otra cosa, hasta que recibió ese premio por intentar —y en buena medida, lograr— un mapa completo de Venezuela en sonidos.

En 2012, María Teresa Chacín, una voz que también es vehículo de venezolanidad, le grabó un álbum a su nieto y se llevó el premio en el renglón de Mejor Álbum Infantil. En esa misma cita, Reynaldo Armas, peso pesado del joropo llanero, llegó con su Caballo de oro y, cabalgándolo, se llevó el Latin Grammy del folclore. 2013, año de la postulación de C4 y Gualberto, creció considerablemente el número de venezolanos reconocidos, entre ellos Yordano, quien obtuvo esa vez la primera de sus dos postulaciones.

El 2014, mismo año de la proeza del Pollo y C4 Trío, el maestro Juan Vicente Torrealba también fue honrado con un Premio a la Excelencia Musical por su obra, por su Rosario, por La potra Zaina, El concierto en la llanura y muchas otras piezas valiosas.

El año pasado se demostró que lo del cuatro venezolano no ha sido golpe de suerte ni carambola. El cuatrista guayanés Miguel Siso no figuró en la casilla folclórica pero sí lo hizo, curiosamente, en la de Mejor Álbum Instrumental. La victoria de Identidad, obra con sello guataquero, estrenó la presencia de la música venezolana de fusión —basada en raíz tradicional— en una casilla reservada para proyectos sofisticados capaces de superar un filtro exigente entre muchos experimentos de virtuosos, como todos los brasileños con los que compitió, entre ellos Hamilton De Holanda, Yamandú Costa y Hermeto Pascoal.

El gramófono dorado que Siso ya tiene en su casa es el mismo que en años anteriores habían recibido pesos pesados como el pianista Chick Corea, el dúo del también pianista Michel Camilo con el guitarrista flamenco Tomatito, la agrupación argentina Bajofondo, el propio Hamilton De Holanda y los cubanos Arturo Sandoval y Chucho Valdés. Y Siso lo logró mirando hacia adentro, recogiendo la materia prima de ritmos habituales de su tierra para revestirlos de contemporaneidad, creando una infusión con esas raíces que se pudiera servir en una taza cosmopolita.

 

Y el Latin Grammy es para… los favoritos

Y el Latin Grammy es para… los favoritos

Publicado originalmente en GuatacaNights.com el 15 de noviembre de 2019

La sensación no era la del equipo pequeño al que le toca jugar contra Brasil. A diferencia de otras ocasiones, C4 Trío llevaba consigo, no el deseo de que algo providencial ocurriera para llevarse esos gramófonos a casa, sino la presión del favorito. Tiempo al tiempo, su proyecto con el nicaragüense Luis Enrique lo tenía todo para ser el Mejor Álbum Folclórico: calidad, novedad, experimentación a partir de la raíz tradicional, gancho publicitario y hasta un mensaje de paz. Lo mismo ocurría con Nella, cuya suerte en el renglón dedicado a nuevos artistas se decidiría en la segunda ceremonia, la más espectacular, la televisada. No lo decían, por temor, superstición, respeto o quién sabe, pero la cantante margariteña y el ensamble de cuatristas lucían el traje del ganador antes de ganar.

La gente no se había acomodado todavía en sus sillas en la gran sala de eventos del MGM Grand de Las Vegas cuando comenzaba la 20 entrega de los Latin Grammys. La noche anterior, Luis Enrique y C4, con la adición de lujo del cajonero Diego “El Negro” Álvarez, habían participado en un evento llamado The Producers. Allí desempolvaron juntos Mi tierra, aquel hit nostálgico de Gloria Estefan en el que, curiosamente, Luis Enrique grabó la percusión. Ahora estaban en el momento cumbre, en primerísimo primer plano y como número de apertura de la gala, para tocar una pieza inédita que aborda el mismo asunto 25 años después: Añoranza. Pa’ que no llores más/ pa’ que no sufras más/ pa’ que no duela más/ voy a curar con besos todas tus heridas, le cantaron, desde ese escenario prestigioso, a todo aquel que en tiempos recientes ha huido de su país en busca de oportunidades.

Recibieron un aplauso unánime pero no eufórico. La fiesta apenas comenzaba. El primer premio de la tarde fue para un venezolano llamado Juan Delgado, autor del Mejor Álbum de Cristiano. Poco después anunciaron los nominados a Mejor Arreglista, tres de ellos venezolanos: Otmaro Ruiz, César Orozco (cubano con alma también venezolana) y Rodner Padilla, el bajista de C4, co-productor del álbum y responsable del arreglo de Sirena, uno de los temas con sabor de hit. El David Aguilar, cantautor mexicano, fue el responsable de abrir el sobre y leer el nombre de Rodner.

Padilla agradeció a la Academia, a Dios, a su esposa, a sus hijos Rodrigo, Ricardo y “a uno nuevo que viene en camino”, y cerró con una frase inspiradora: “La vida del músico es una vida de fe. No pierdan sus sueños nunca”.

La ceremonia siguió avanzando entre mensajes vinculados a las manifestaciones en Chile. La ganadora en Mejor Álbum Alternativo, la chilena Mon Laferte, aprovecharía la Alfombra Roja para descubrirse los pechos y amplificar un mensaje escrito en su cuerpo: “En Chile Torturan y Violan”. Se oyeron también mensajes de aliento a Venezuela, críticas al presidente de Brasil y el ruego de artistas colombianos contra la violencia en su país. Juancho Valencia, de Puerto Candelaria, agrupación que ganó el Latin Grammy a Mejor Álbum de Cumbia/Vallenato, lo dijo así: “Que la paz no nos mate”.

El premio al Mejor Álbum Instrumental, que el año pasado quedó en manos del cuatrista guayanés Miguel Siso, lo obtuvo el pianista uruguayo Gustavo Casenave por su disco Balance, en el que Linda Briceño, ganadora del Latin Grammy el año pasado, participó como productora. Un poco después, Venezuela volvió a celebrar gracias a Los Amigos Invisibles y su canción Tócamela, cuyo gramófono recibió el vocalista Julio Briceño y el bajista José Rafael “El Catire” Torres.

La espera se hizo larga mientras pasaban las categorías técnicas y las que reconocen la música en portugués, que son ocho. Y de pronto, tres de las integrantes de Flor de Toloache, banda ganadora del Latin Grammy de mujeres mariachis, leyeron la lista de postulados a Mejor Álbum Folclórico. La tensión se apoderó del rostro de los músicos. La lista apareció en pantalla: Eva Ayllón, Canalón de Timbiquí, Cimarrón, Luis Cobos con The Royal Philarmonic Orchestra & El Mariachi Juvenil Tecalitlán y, de último, abajo, Tiempo al tiempo, de Luis Enrique + C4 Trío. Un par de segundos eternos y las palabras mágicas: Y el Latin Grammy es para… ¡Pum! La alegría desbordante. Abrazos, besos, lágrimas. Un revuelo de satisfacción por un proyecto que ha consumado la hermandad de un ídolo latinoamericano y unos músicos virtuosos de Venezuela. Subieron felices, livianos, uno tras otro: Héctor Molina, Rodner Padilla, El Negro Álvarez, Edward Ramírez, Luis Enrique exultante y Jorge Glem risueño con su sombrero.

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El orador fue Luis Enrique, quien dio un discurso de agradecimiento serio y pausado: “Quiero dedicar con mucho amor este premio a mi país, que sigue luchando por su libertad, por su soberanía… a todas las madres de los estudiantes que han sido cruelmente asesinados desde abril del año pasado. Nicaragua sigue estando en guerra aunque lo quieran hacer ver de otra manera. Nicaragua sigue luchando para ser verdaderamente libre”.

“También quiero dedicar este premio, junto a mis hermanos de C4 Trío —completó el artista—, a todas las familias venezolanas que se han visto urgidas de salir de su país, a todos los caminantes a quienes dedicamos también nuestro video de ‘Añoranza’, decirles que estamos con ellos, que no están solos. ¡Por la libertad de Venezuela y por la paz de nuestros países!”.

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Al cierre del primer acto, todo se mudó al MGM Grand Arena, el de las grandes peleas de boxeo, donde toca gente como Paul McCartney o Lady Gaga cuando pasan por Las Vegas, para una gran fiesta impecable en el aspecto técnico, con una escenografía basada en pantallas de leds que se movían, cambiaban de colores, fondos, ambientes, adaptándose a cada propuesta. Un espectáculo perfectamente planificado en el que se cuidó minuciosamente cada detalle y en el que, curiosamente, repitió este año el humorista y músico venezolano César Muñoz como parte del equipo de guionistas.

Sí, fue la noche de Rosalía. La española, que ha irrumpido en la escena reguetonera con una propuesta genuina, con tintes aflamencaos y grandes coreografías, salió anoche con cuatro premios, incluida la joya de la corona: el de Álbum de Año. El reguetón estuvo muy presente, desinflando las críticas que nutrieron la conversación en la víspera de los premios. Bad Bunny cerró. También ganó y, con el Latin Grammy en la mano, con todos los focos sobre él, el público aclamándolo, sus colegas aplaudiendo, reclamó atención para el género urbano.

El presentador, junto con las actrices Roselyn Sánchez y Paz Vega, fue Ricky Martin. La Academia Latina de la Grabación le reconoce al puertorriqueño ser uno de los responsables de la existencia de los premios. Fue tal el revuelo que generó su presentación en la ceremonia anglosajona en 1999, en los tiempos del boom de Livin’ la vida loca, que representó el último empujón que necesitaba la comunidad musical latinoamericana para organizar su propia fiesta.

También fue la noche de Juanes, la Persona del Año, a quien le dieron una sorpresa como al niño que le llevaban a su ídolo famoso a tocarle la puerta de la casa. Lars Ulrich, baterista de Metallica, se paró allí, rodeado de latinidad, y dijo que era momento de cerrar un círculo porque él también era fan del colombiano. Una de las mejores presentaciones fue la de Vicente Fernández, Alejandro Fernández y el nieto/hijo, tres generaciones de cantantes actuando juntos. Pepe Aguilar cantó El triste, en tributo al fallecido José José. A Camilo Sesto también lo recordaron.

Con Alejandro Sanz, otro de los premiados de la noche por su hit con Camila Cabello, Mi persona favorita, cantaron tres artistas jóvenes, todas nominadas a Mejor Artista Nuevo: la colombiana Greeicy, la española Aitana y la venezolana Nella Rojas, que brilló con su vestido animal print y su voz de seda. Fue ella, la margariteña formada en Berklee School of Music, la favorita de muchos, la que se llevó ese galardón tan ansiado—al que también estaba postulado su compatriota Chipi Chacón—.

“¡Mira dónde estamos, papá!, dijo la cantante al recibir el gramófono, emocionada, con voz temblorosa. “Perdón, que estoy muy nerviosa (…). Quiero agradecer a la vida, a los que han creído en mi voz y mi visión, a mi amigo y mentor Javier Limón (…) y sobre todo, a Venezuela, y a todos los que, como yo, vienen de otro país y están luchando por oportunidades. Ustedes son mi inspiración”.

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Luis Enrique y C4 Trío se habían separado para descansar porque faltaba un compromiso por cumplir al filo de la medianoche. La burbuja de los Latin Grammys se rompía y su contenido se diluía en la locura de Las Vegas. Los artistas se perdían entre turistas, los casinos infinitos de los resorts, gente que no tenía la menor idea del evento trascendental —para la vida de algunos— que acababa de ocurrir allí, justo al lado.

El trompetista Charly Sepúlveda y su banda amenizaban la after party e invitaban a artistas a cantar. Varios de los becados por la Fundación Cultural Latin Grammy estaban presentes, entre ellos el pianista venezolano Baden Goyo y la saxofonista mexicana Itzel Reyna. Jorge Glem fue el primero en subir a la tarima a improvisar. Las cuatro cuerdas explosivas del instrumento rey de Venezuela demostraron su poder magnético. Los desentendidos comenzaban a ver qué estaba ocurriendo en el escenario. El Negro Álvarez se sumó en las congas y, en un pestañeo, ya Edward Ramírez, Héctor Molina y Rodner Padilla estaban conectando sus instrumentos y los músicos de Sepúlveda bajaban y cedían sus espacios.

Por la puerta apareció sonriente, satisfecho, el ídolo nicaragüense. Les habían pedido ceñirse al programa: Sirena, solamente Sirena. Pero Luis Enrique venía a sacarse la espinita de una presentación fría en la premiere. Al un, dos, tres, arrancó un joropo venezolano recio y la fiesta ya no fue la misma. Gente grabando con sus celulares. El presidente de la Academia de la Grabación Gabriel Abaroa Jr. en primera fila disfrutando. Muchos bailando. Date un chance se ganó una ovación. Le siguió Sirena y, después, remataron con una versión adaptada a la situación de Yo no sé mañana, su hit, que tuvo en el medio un larguísimo interludio de improvisación y latin jazz, con personajes como el pianista Manuel Tejada y el percusionista peruano Tony Succar, otro de los triunfadores de la noche, ganador de Productor del Año. Y ahí sí, el ensamble y el cantante, con sus dos Latin Grammys, habían conseguido el epílogo feliz que necesitaban.