Publicado el 14 de abril de 2021 en Guatacanights.com
Por Gerardo Guarache Ocque
Dos corrientes confluyen. Una sintética y de data reciente; otra orgánica y de tiempos ancestrales. La primera de sonidos asociados al pop de los años 80, de artificios tecnológicos aplicados al quehacer musical. La segunda de esencias que emanan de la raíz tradicional venezolana con su denominación de origen en pueblos de sangre africana de la costa caribeña. Ambas, a pesar de lo disímiles, se juntan armoniosamente en Oriundo (2021), el primer álbum de Johnny Kotock.
Durante el recorrido de 35 minutos es inevitable pensar en Vytas Brenner. Si se tratara de una investigación académica rigurosa, Oriundo se insertaría en la misma línea de investigación que el gran pionero venezolano nacido en Alemania inauguró con álbumes como Ofrenda (1973). También resuenan allí los ecos de La Banda Municipal, aquel proyecto efímero de Gerry Weil, Alejandro Blanco-Uribe, Vinicio Ludovic y compañía. Kotock, sin embargo, conoció esas referencias cuando ya había avanzado bastante en su proceso creativo. Lo sorprendió gratamente reconocer en otros su misma visión, aunque se aproximaran a través de otros senderos, como el rock y el jazz. Sus materiales son distintos. Lo suyo, desde muy joven, han sido los sintetizadores, simuladores, rhodes, hammonds, teclados analógicos y digitales de varios colores, formas y tamaños que fue escogiendo minuciosamente para crear capas, atmósferas, para fijar bases y generar texturas, para construir armonías y acentuar transiciones. En fin, para pintar el cuadro pop tal como lo tenía en su mente.
El viaje cósmico, dividido en nueve episodios que van de la mañana a la noche, es a la vez como un tren al que van subiéndose y del que van bajándose voces e instrumentistas. Huguette Contramaestre hace un llamado a San Juan Bautista: A tu puerta hemos llegado… Y le abre camino a la primera canción, Tonto Malembe, cantada por Rafa Pino, gran exponente de la música contemporánea venezolana, miembro del laureado El Tuyero Ilustrado y con un proyecto solista de fusión que se aproxima, asintótico, al sendero de Kotock.
Pino, que acompañó al tecladista en la concepción de la obra, no sólo grabó la voz principal de varias canciones. También escribió los versos de piezas tradicionales, piezas de esas cuyos autores se desconocen y pasaron a ser posesión de un colectivo sin rostro, del folclor y de la gente, como El canto de pilón que hace la propia Huguette Contramaestre, cargado de sentimiento, de denuncia, de añoranza, como todo canto de trabajo.
Rafa Pino reaparece en una versión de Cristal, aquel hit de Gualberto Ibarreto que Simón Díaz le escribió a Cristal Montañez, Miss Venezuela 1977. Allí participan dos amigos talentosos de Kotock: el maraquero Manuel Rangel y el cuatrista Miguel Siso, con quien él colaboró en su álbum Identidad (Guataca, 2018), ganador del Latin Grammy.
Una fase de tambores, casi toda festiva y luminosa, involucra a dos grandes embajadores de la cultura afrovenezolana. Dos vocalistas de lujo, especialistas en la materia. Francisco Pacheco participa en una versión muy lograda de Woman del Callao, con solo de trompeta de Chipi Chacón, en la que se entrelazan perfectamente las teclas del artista y el sabor de ese calipso bilingüe de Julio César Delgado y Un Solo Pueblo que ha sido grabado por Juan Luis Guerra. Pacheco también actúa en María Paleta, otro acierto de Un Solo Pueblo, construido con tambores y elementos dance, todos juntos bailando en la misma pista. La otra voz maravillosa que interviene es la de Betsayda Machado, la voz de La Parranda El Clavo, quien canta Allí viene un corazón, un tema conocido por una vieja grabación de Soledad Bravo.
Jhonny Kotock (Caracas, 1989) recibió lecciones del maestro Gerry Weil y también de la profesora María Eugenia Atilano en la Ars Nova, aunque se formó entre la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas y el antiguo Instituto de Estudios Musicales, hoy Universidad de las Artes, donde se enamoró irrevocablemente de los ritmos afrovenezolanos a tal punto que integró, desde su creación, la Orquesta Afrovenezolana Simón Bolívar, uno de los proyectos de El Sistema que realzan corrientes alternativas a lo sinfónico-coral.
Oriundo comenzó a gestarse a finales de 2017. Ebullición, el octavo tema del álbum, lo compuso el pianista al calor de las protestas antigubernamentales de aquel año cruento y doloroso. Esa pieza orquestada y majestuosa, que llega como un clímax en la banda sonora de una gran película, fue su terapia. La canción encierra todo el exotismo de la naturaleza venezolana, la complejidad del mestizaje, la tensión de la vida cotidiana, todo pintado con tambores y sintetizadores. Lo que suena se parece mucho al collage que creó para la carátula María Daniela Guerrero: caótico pero hermoso, dramático pero vibrante.
Al descender, al bajar de ese tepuy desde el que podría verse el país completo, el periplo desemboca en una Luna de Margarita —otra pieza del Tío Simón cantada por Rafa Pino— envuelta en un aire de extrañeza.
Las canciones de Oriundo cobran un significado distinto cuando el álbum se oye como un todo. El recorrido, que parte por lo más místico de la tradición afrocaribeña y más tarde se pasea por su alma festiva de cadera suelta, culmina en esa tonada enrarecida, melancólica, como una reina de belleza que se ve al espejo y no se reconoce a sí misma.
Con todo ese material grabado, Kotock, quien ha sido parte de la banda de Huáscar Barradas, se marchó en 2018 a Madrid, donde ahora reside. Desde entonces, es parte de proyectos como Carmen Ernestina, un colectivo muy particular de música bailable que toca en bares y fiestas. También ha participado en ediciones de Guataca Nights, como la Venezolada Olé Star, invento que juntó al flautista Omar Acosta, el violinista Alexis Cárdenas, el tenor Aquiles Machado y el cuatrista Miguel Siso.
Una vez que se estabilizó en España, retomó la posproducción de su álbum debut. No podía dejar en la gaveta un trabajo tan minucioso, con trompetas del recientemente fallecido Gustavo Aranguren, con coros de Ana Valencia, Mariana Serrano, Marcial Istúriz y Alejandro Zavala; con la percusión de Jorge Villarroel y la batería de José “Tipo” Núñez. En fin, con tanto talento, tanta dedicación y tanto tino para crear, en pleno Siglo XXI, una fiesta de afrovenezolanidad cósmica.