Publicado originalmente en Guatacanights.com el 9 de febrero de 2021
La de Leo Blanco y Alexis Cárdenas es una dupla predestinada. Antes de conformarse, ya estaba en la mente de amigos y colegas. Cuando finalmente se produjo el encuentro durante 2008 en una fiesta de músicos en San Bernardino, Caracas, la afinidad fue instantánea. Amor a primer oído, ha dicho el pianista merideño. Esa noche comenzó una conversación sin palabras que se extendió a salas de ensayo, escenarios y estudios de grabación, de la cual ahora tenemos un registro discográfico: Stories Without Words.
Los grandes músicos obedecen a su instinto. Pero es un instinto precedido por una formación académica robusta y una profusa biblioteca de referencias. En el caso de Cárdenas, el marco conceptual se extiende más hacia el universo clásico, hacia Bach, Prokovief, Brahms, Paganini; en Blanco, el influjo es más abundante en jazz. Pero ambos respiran al ritmo de la música de Venezuela. Vibran con la Latinoamérica de Piazzola y Gismonti. Absorben la música del mundo. Son artistas muy distintos que tienen en común la disposición de mantener los poros bien abiertos a lo que el otro tiene para decir.
Sólo desde esa mezcla de sofisticación y libertad se puede concebir un espacio en el que se acomoden, sin tropezarse unas con otras, las melodías de Otilio Galíndez y Erik Satie, o de Hamilton de Holanda y Cruz Felipe Iriarte. Todas ellas tomadas de la mano conviviendo con las propias creaciones de Leo Blanco.
Stories Without Words es de esos álbumes que al oírlos inmediatamente se piensa: ¿Cómo es que no habían hecho esto antes? Es un diálogo que se desarrolla en un sitial sublime. Que tiene rigurosidad y gracia, perfección y desparpajo. Y goza, además, de una condición muy poco común, que define a los clásicos: la atemporalidad. Suena a música del presente, pero también a música de otro tiempo, pasado o futuro.
El inicio es majestuoso. Cuenta Leo Blanco que antes de grabar su álbum Roots & Effects (2003), visitó a Aldemaro Romero para mostrarle unas variaciones que había hecho de su canción El Negro José. Al joven pianista le pareció apropiado y respetuoso consultar con el maestro de la onda nueva qué debía hacer con esta versión tan libertina. Inspirado, se le había ido de las manos hasta convertirse prácticamente en una segunda parte de aquella. A Aldemaro le encantó. En cierta manera, ungió ese joropo elegantísimo, que es homenaje y autorreferencia, titulado El Negro y El Blanco.
El violín de Alexis Cárdenas acentúa ciertos fragmentos arabescos, en una mezcla de melancolía y misterio, de Gnossienne #3, una pieza original para piano solo del francés Erick Satie (1866-1925). La bruma se disipa y sale un sol radiante como la sonrisa de un niño en Pras Crianças, original del mandolinista brasileño Hamilton de Holanda. Su melodía ya se incrustó en el catálogo venezolano porque el violinista la grabó con su cuarteto y también lo hizo el cuatrista cumanés Jorge Glem en su álbum En El Cerrito (2013). Es reconfortante, divertida, esperanzadora.
Leo Blanco no sólo aportó El Negro y El Blanco. También agregó su Perú Landó, un homenaje al Perú que provoca bailarlo con los ojos cerrados; el Vals #5, que abre un espacio para la improvisación en el que Cárdenas se manifiesta en pizzicato; y un Pajarillo cinético, que fue uno de los últimos temas en agregarse al LP. Ése, que propone una variante melódica de la estructura básica del pajarillo tradicional, sería un bis ideal en recitales. Hasta al venezolano más desarraigado el corazón se le acelera. Cárdenas se deja llevar y exprime sus cuatro cuerdas, las vuelve a pellizcar, genera ritmo como un percusionista, exhibe sus destrezas. Como siempre, impresiona.
Al relato se suman dos merengues venezolanos de colores muy vivos: Caribe, de Joaquín Pérez, y El frutero, de Cruz Felipe Iriarte. Y también lo hace Ahora, de Otilio Galíndez, que ralentiza las agujas del reloj. Oírla es mirar el mundo en sepia.
LA HISTORIA DETRÁS DE LAS STORIES
En aquellos años 2008-2009-2010, que hoy se antojan tan lejanos, Venezuela propiciaba encuentros como el de estos dos ilustres expatriados que se reunían en la capital ávidos de dialogar musicalmente. Leo Blanco, el gran pianista merideño, estudioso del jazz y docente en varias instituciones, llegaba desde Boston. Y el zuliano Alexis Cárdenas, uno de los mejores violinistas del mundo, entonces flamante concertmaster de la Orquesta de Radio Francia, volaba desde París.
A esa época corresponden las primeras grabaciones, realizadas en los estudios Jazzmanía de Los Ruices Sur, Caracas, con los ingenieros Javier Casas y Alejandro Díaz. Siete pistas de un posible álbum reposaron en alguna carpeta durante casi una década en los que el deterioro de la situación general del país impidió que el proyecto avanzara. Blanco se reencontró con esas pistas y procuró llevar el proyecto hasta la meta. Gracias a un encuentro en Estados Unidos, pasaron por el Futura Studio de Boston y registraron otras dos asistidos por el ingeniero John Weston.
Darío Peñaloza y Jesús Jiménez, encargados de la mezcla y el mastering, respectivamente, hicieron su magia. Lograron estandarizar el sonido de canciones grabadas en momentos distintos, con instrumentos, micrófonos, técnicos y equipos diferentes, para que ningún salto o inconsistencia interrumpiera la onda expansiva generada por dos artistas que juntos son muchísimos más que dos.
FOTOGRAFÍA: Pamela Hersch