Publicado originalmente el 24 de junio de 2020 en Guatacanights.com/

FOTO PRINCIPAL: Maciel Goelzer

 

Rafa Pino recurrió a la canción para hablarse a sí mismo. Su terapia requirió una cuidadosa selección de yerbas de raíz tradicional venezolana y la actitud de un joven citadino con los oídos bien abiertos al jazz, al rock, a todo lo que el mundo tiene para ofrecer. Los mensajes más íntimos, los que quizá no podría expresar de otra manera, los convirtió en letra y música. Ahora todos podemos escucharlos en su flamante álbum debut, con sello de Guataca, titulado Catálogo de materias pendientes Vol. 1.

«Todo el mundo hace su terapia. Hay gente que reza, otros van al psicólogo. Yo escribo canciones». Rafa perdió a su madre por un cáncer en 2003, cuando él tenía 17 años. Para Sandra, la primera pieza del álbum, es un tierno adiós que necesitaba ofrendarle. La décima, Árbol y plenilunio, es un homenaje a su abuela, otra mujer importante en su vida que se fue. Entre ambas, suenan más piezas catárticas, curativas, reflexivas, despechadas y enamoradas. Es un paseo emocional que tiene poco de tristeza y mucho de gracia, color y gratitud.

Seis largos años pasaron desde que comenzó el proceso creativo en los que Pino crecía como compositor, productor y artista. En ese lapso creó, junto al cuatrista Edward Ramírez (C4 Trío), un proyecto de adaptación del joropo central al cuatro, a la ciudad, al siglo XXI. Pocos lo sospecharon, pero de El Tuyero Ilustrado, de esa propuesta tan vernácula, brotó un cosmopolitismo que les permitió ser nominados a un premio Latin Grammy, celebrar en los Pepsi Music y hacer giras por Europa y Estados Unidos.

Mientras eso ocurría, este puñado de canciones maceraban, como esos libros que esperan pacientes por sus autores. Nuevos ingredientes se iban sumando al especiero de Rafa, donde ya estaba lo que absorbió cuando perteneció a la osada agrupación del rapero MCKlopedia y también cuando estuvo en Mixtura, proyecto de sofisticación de lo tradicional del fallecido guitarrista Raúl Abzueta con el multiinstrumentista Pedro Marín y el pianista Víctor Morles, entre otros artistas.

Cuando era niño, a Rafael Pino (Caracas, 1986), su madre, la Sandra a la que van dirigidos los primeros versos del disco, lo llevó a la sala Ana Julia Rojas del antiguo Ateneo de Caracas a ver a Vasallos del Sol. De esa fiesta de tambores y sabiduría, salió excitado, preguntándose qué había detrás de esos trucos de magia. Desde entonces, su imaginario artístico creció como un árbol de muchas ramas sobre una base consolidada en los talleres de cultura popular de la Fundación Bigott. Su punto de partida siempre ha sido la percusión, la que aprendió con Héctor Pacheco, Jesús Paiva —de Vasallos, el grupo que lo fascinó—, y con Javier Suárez en la Orquesta Afrovenezolana. Desde allí suelen brotar sus creaciones. Más adelante, estudió música en la escuela Ars Nova con la profesora María Eugenia Atilano. Y ahora, como residente de Bogotá, Colombia, él también comparte lo que sabe en la Universidad Javeriana y a través de su propio programa de enseñanza que él llama Laboratorio Creativo de la Canción.

Óleo sobre lienzo: Francisco Camacho

Óleo sobre lienzo: Francisco Camacho

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Los trabajos enmarcados en la tradición venezolana suelen correr el peligro de vestir trajes muy ajustados. Rafa logró extraer esas esencias autóctonas, sacar los pies de esa arena movediza y tomar su propio camino. Su Catálogo de materias pendientes vol. 1, mezclado en su mayoría por Ricardo Martínez (de algunas se encargó Ignacio Umérez y de otras, Carlos Mas) y masterizado por Germán Landaeta, no es un álbum folclórico, pero su esqueleto está hecho de madera local.

Pongamos Árbol y plenilunio, la última de las 10, bajo el microscopio. Un golpe de tambor de Cata, Aragua, sirve de escenario a un contrapunteo entre los versos de Rafa y las pinceladas del vibráfono de Juan Diego Villalobos. Se incorporan la batería de Abelardo Bolaños, los teclados de Jhonny Díaz, un bajo distorsionado de Rodnesth Medina y el cuatro de Miguel Siso, el artista que ganó el Latin Grammy 2018 a Mejor Álbum Instrumental con Identidad, álbum que también lleva el sello de Guataca. Lo que resulta del entretejido es frenético. No deja de ser música venezolana, pero es música venezolana montada en un avión, sobrevolando fronteras, burlándolas desde el aire. Y sobre toda esa mezcla armoniosa, corre su poesía dedicada a su abuela Carmen Felicia: Dichoso el árbol que se hace montaña.

Para Sandra, en la que participaron el baterista Orestes Gómez, el percusionista Jorge Villarroel, el pianista Víctor Morles y su colega del Tuyero, Edward Ramírez, lleva debajo un tambor de Caraballeda, del estado Vargas. Punto y seguimos, que habla de un obstáculo momentáneo en la vida de pareja, parte de un punto cruzado del oriente de Venezuela con el que tuvo mucho que ver el baterista Daniel Prim y en el que participaron el pianista Gabriel Chakarji y Gustavo Márquez, el bajista del C4 Trío y el Aquiles Báez Trío que murió muy joven en mayo de 2018. Y Del 3 al 6, en la que se sumaron el maestro percusionista Carlos “Nené” Quintero y el flautista Huáscar Barradas, es un vals vestido de modernidad. Nada es puro. Todo va moldeado por las manos de Pino; son su intención, su conocimiento, su mensaje.

«Hablar de Neofolclore es un disparate —reflexiona el compositor—. El folclore siempre se está renovando. El joven siempre quiere cambiarlo todo y eso hace que la cuestión mute como un proceso natural. Es como arrecharse porque nos ponemos viejos y se nos arrugue la piel. La cultura es eternamente joven. Los viejos cultores comparten lo que saben y a veces se quejan y muy pocos participan del proceso de cambio. Esa experiencia cultural, tanto en lo musical como en la luthería, siempre se rejuvenece».

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El músico se siente orgulloso por Bitácora, que es la más experimental del álbum. Es un dibujo libre que combina tres patrones rítmicos distintos con un poco de jazz y otro poco de chanson française. Parte del glamour proviene del clarinete de Andrés Barrios (Los Hermanos Naturales), que dibuja sobre lo que hacen Bolaños (batería) y Villalobos (vibráfono), junto a Gustavo Medina (guitarra) y Freddy Adrián (contrabajo). Un verdadero trabuco.

Versos de luna, en la que sale de relieve la mandolina de Jorge Torres, lleva por un lado un redoblante de Guatire y, por otro, un tambor de Tamunangue de Lara. Allí fue clave el aporte del baterista Ricardo Parra (más conocido como luthier). La quinta, Malvada mía, es una pieza del Tuyero Ilustrado que se coleó en esta fiesta. La sexta, La playa, es una pieza de Raúl Abzueta con un aire de merengue que no es fácil de reconocer por lo meditabunda y hasta ligeramente psicodélica que resulta con ese arreglo.

Foto: Mariángeles Pacheco

Foto: Mariángeles Pacheco

Buscando el modo, original de Abzueta y Pedro Marín, recrea una gaita zuliana desde otros instrumentos, como el clarinete —de nuevo, el clarinete— de Williams Mora. Y Avión de papel es una canción de cuna planteada por un roquero. Lleva una guitarra cruda, pero rodeada por detalles delicados de percusión y cantos de pájaros. De nuevo, Rafa habla de la necesidad de soltar, de dejar ir, de permitir que la herida cierre: Ya no quiero retenerte/me basta, mi bien, sólo con recordarte.

No es casual que él, después de nombrar a Vasallos de Venezuela y a Un Solo Pueblo, hable de Un Dos Tres y Fuera, agrupación de culto de Guatire. O que su discurso pase por Vytas Brenner y Spiteri, así como por Aldemaro Romero, El Pavo Frank y la Onda Nueva e incluso por Bacalao Men, la apuesta de Pablo Estacio. Son todos amantes de la fusión, una música del mundo con esencia venezolana en cuya historia ahora se inserta este catálogo de canciones cicatrizantes que crece desde la tierra húmeda y apunta al cielo. A ver qué nos trae el volumen 2…

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