La Historia de Venezuela según Desorden Público

La Historia de Venezuela según Desorden Público

Publicado originalmente en Guatacanights.com el 27 de julio de 2020

En el morral estaban los libros de Alberto Arias Amaro y Aureo Yépez Castillo. En la mesa de la sala, los grandes periódicos de circulación nacional y algún diario local cuya última página escandalizaba con la foto de un cadáver ensangrentado. En la biblioteca adulta nos esperaban Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta y Germán Carrera Damas, generalmente con desengaños de lo que aprendimos en la escuela; verdades complejas sobre nosotros mismos y el país en el que crecíamos. El país de las playas, las telenovelas, las misses y los campocortos elegantes. Pero también el de los cinturones de pobreza, la corrupción, la ignorancia y Archivo Criminal.

El traspatio de la Historia de Venezuela, la cara B con relieves y sarcasmos, real y cercana como una película en 3D, llegaba de un lugar insospechado: el tocadiscos. De allí emanaban baladas melosas, merenguitos con doble sentido, pop anglosajón cuyas letras aún no éramos capaces de descifrar. Sonaba guaracha, sonaba rock and roll. Y de pronto, irrumpía un ritmo frenético marcado por una guitarra cortante como un cuchillo traspasando el silencio. Sobre él, una voz de barítono llamaba las cosas por su nombre, ponía los puntos sobre las íes, le subía volumen a los bemoles de nuestra sociedad.

Álbum homónimo debut de Desorden Público (1988)

Álbum homónimo debut de Desorden Público (1988)

El primer LP fue casi como una revista porno. Casi. Era un vinilo para ponerlo cuando los padres no estaban en casa. En la primera pista, el tipo que normalmente decía te amo, mi amor, no puedo vivir sin ti, le confesaba a la chica que no soportaba su halitosis. Si las otras historia eran de un amor cortavenas, acá se contaba la tragedia de una pareja que se casaba obligada por un embarazo no deseado. ¡Decía la palabra condón!

La tercera canción hacía estallar el aparato. Le gritaba a la cara a quien ocupaba el Palacio de Miraflores, al Congreso, a los poderes públicos, a todo personaje en flux y corbata con carnet gubernamental y ganas de abusar de su posición. Les deseaba a todos ellos, con sátira, no una silla eléctrica pero sí una silla de ruedas.

Boquiabiertos, escuchábamos el relato caricaturesco —en una canción sin coro ni puente ni estribillo— de un hombre “serio” que trabajaba en un ministerio e intentaba robarse una maleta de plata. Así, hasta llegar a la queja, al grafiti hecho canción, a la manifestación visceral de la incertidumbre y la declaración de principios de una banda inconforme llamada Desorden Público: ¿Dónde está el futuro, que yo no lo veo?

Horacio Blanco, Caplís Chacín, Danel Sarmiento y compañía decidieron bautizarse como un antihomenaje punketo a los camiones de Orden Público de la Guardia Nacional, campeones en la disciplina de repartir peinillazos a las piernas de adolescentes ociosos. A esos adolescentes ahora ellos les ofrecían un pogo para hacer catarsis y, de paso, les contaban otra versión de la historia de su país. Les cantaban su Historia Contemporánea de Venezuela a ritmo de ska.

En Descomposición (1990)

En Descomposición (1990)

La crisis no tiene fronteras, comenzaba cantando Horacio Blanco en el segundo álbum de la banda, editado en 1990. En Descomposición, producido por Gerry Weil, dejaba en el pasado la queja adolescente para acelerar un proceso de madurez, no sólo en letra sino en música. Desorden Público le gritaba al mundo que era una banda de ska, sí, pero que el suyo era un ska de acá.

Canciones como Skándalo traían tambores afrovenezolanos y arreglos de metales muy precisos. La presencia del percusionista Oscar Alcaíno, mejor conocido como Oscarelo, acentuaba la latinidad de la propuesta. Si Skándalo ironizaba sobre el chisme desechable y las cortinas de humo como estrategia de desinformación —los peores hechos son otros que no conoceremos nosotros—, Cursi presentaba a un tipo gris que sudaba cursilería y banalidad. DP caricaturizaba el rostro superfluo del mundo en que vivía.

Aparecía también un personaje harto conocido en aquella Venezuela, que se fue haciendo cada vez más presente, especialmente en el siglo XXI: El hombre con la pistola, que te da lo que le pidas y a cambio de eso te quita la vida. Y con él, una nación insensible con la sangre ajena: Veo mucha gente con aspecto embalsamado/ ¿será que se inyectaron parafina bajo la piel?

Le disparaban dardos directos al poder central, intercalando mitines demagógicos: Propaganda política con proletarios sonrientes/ (a los) que, por desnutrición, se les caen los dientes. Inauguraban la Venezuela post-Caracazo develando una abominable realidad: Somos peces del Guaire. Los caraqueños y habitantes de la capital debieron acostumbrarse a la idea de que viven en una ciudad cortada por un río de mierda. Y esa canción cobró un nuevo significado en 2017, cuando la frase se volvió literal y por el despreciado Guaire nadaron manifestantes despavoridos huyendo de la represión.

Canto popular de la vida y muerte (1994)

Canto popular de la vida y muerte (1994)

El Canto popular de la vida y muerte (1994) llevó toda esa denuncia, más estilizada y acompañada por un trabajo musical prodigioso, al mainstream. La tierra tiembla, coreaban, desde un videoclip grabado en Río Caribe, Sucre, hablando de la gente buena y trabajadora, su paciencia y su esperanza, su mestizaje: Esa gente quiere echar pa’ fuera la ignorancia/ la corruptela y la flojera, que son las peores consejeras/ que traban la puerta. 

A la par de una búsqueda artística, una experimentación rítmica y armónica, un despliegue literario y la intención de envolver todo en trajes conceptuales, la gran banda se afianzó en su rol de cronista de nuestro tiempo con piezas como Palo y piedra, un ska rabioso que se mofaba de la clase política.

La danza de los esqueletos, en cambio, abordaba un temática universal. A partir de una fábula fantasmagórica, cantaba un tratado contra el racismo, los prejuicios y toda forma de discriminación: Descubrieron que nunca hay buena razón para el odio y la humillación./Ellos decidieron que el amor no ve color.

Incrustándose en la memoria colectiva de una generación completa, Desorden Público seguía advirtiendo que la nuestra es una patria mal amamantada con tetero de petróleo. Seguía advirtiendo que, en Venezuela, o brincas o te encaramas o te tragas la pólvora negra. Las letras de ambas canciones, que trataron la dependencia del oro negro y la violencia callejera, se fueron haciendo más literales, más patentes y dramáticas con el paso del tiempo. No sospechaban que 25 años después, en el aniversario de su gran álbum, calcaran la realidad de una manera aún más fiel que en el momento en que fueron creadas.

Plomo Revienta (1997)

Plomo Revienta (1997)

La realidad violenta del país, que ya habían abordado, llegó a la carátula, al título, al primerísimo primer plano. Decidieron afincarse en denunciarla, retratarla, condenarla. En Plomo revienta (1997) nos dibujaron en la mente la imagen de una sangre que mancha la calle, mancha la historia, mancha de lágrimas incoloras la ciudad de la madre que llora inconsolable. Y eso fue un hit. Allá cayó fue un hit que sonó hasta el cansancio, compitiendo con canciones que hablaban de la playa, el sexo, los romances, la fiesta.

Desde entonces, ¿de cuántos han dibujado un muñequito de tiza en la acera? En tiempos recientes, Venezuela ascendió a los deshonrosos primeros puestos en la lista de países con más violencia letal en el mundo. En ese mismo álbum, en el que describieron en una cumbia-ska a un personaje mítico llamado Simón Guacamayo para ilustrar el universo de lo mágico-religioso en El Caribe, también bautizaron a Caracas, su ciudad, como un Valle de balas. Y allí aprovechaban de reclamarle al Vaticano: Que santifiquen a José Gregorio. Sí, el ahora beato José Gregorio.

Estrellas del caos (2007)

Estrellas del caos (2007)

Con Diablo (2002), editado durante la primera etapa del proceso chavista, lanzaron temas exitosos como Combate, Truena truena y El Clon, pero se guardaron los dardos habituales. Disparaban más contra el stablishment mundial, contra las potencias y Estados Unidos, pero no contra lo que pasaba en casa. Después revisaron todo su material en directo en el Teatro Teresa Carreño para celebrar sus 18 años de carrera; y volvieron a incluir una letra de corte político-social en Estrellas del Caos (2007), un álbum de abundantes especies caribeñas.

Junto a San Antonio, Espiritual, El tren de la vida y Pegajoso, salió Política criminal, una canción que, en una suerte de soneo, dejaba estas líneas para quien se sintiera aludido: Malandro ‘e paltó y corbata, tu deuda tendrás que pagar, bien cara saldrá tu estafa/desfalcaste las arcas, te ruchaste la plata, ¡ladrón!/dejaste un hueco en los bolsillos y en la esperanza.

Los contrarios (2011)

Los contrarios (2011)

“El arte rebelde logra trascender las barreras de la división partidista y las diferencias ideológicas», me ha dicho Horacio Blanco, recordando los tragos más amargos en la carrera de DP, que fueron macerados desde la polarización política en tiempos de Hugo Chávez. “Andanadas de odio” —cito al vocalista y letrista— les llegaron a través de las redes sociales.

En 2011 decidieron, desde su disco Los contrarios, hacer un llamado a la tolerancia. Celebraron el ímpetu de quienes, cuando Sale el sol, se levantan de sus camas para perseverar a pesar de la tempestad. Celebraron, con un calipso, a esos mismos próceres anónimos que siguen sobreviviendo en una Tierra de gigantes. Pero no dejaron de recordar que el poder emborracha a multimillonarios, magnates y presidentes. Y después, se preguntan, ¿quién cura esa resaca?

En un bolero-ska reflejaron cómo todo venezolano llora por un dólar. En directo, solían revisar la cotización del momento en Dolar Today y lanzaban billetitos de Monopolio mientras hablaban del lúgubre desconsuelo de quienes procuran encontrarse de frente con Benjamin Franklin en un país cuya moneda se devaluó vertiginosamente.

Bailando sobre ruinas (2018)

Bailando sobre ruinas (2018)

Desorden Público enfrenta una tragedia artística incontenible; activó una suerte de mina antipersonal. Sus canciones desarrollaron una inusitada musculatura y transcienden el contexto de su publicación. La realidad le coqueteó tanto a la sátira que ahora las dos caminan tomadas de la mano, y ellos, que quisieran verlas convertidas en retratos de un tiempo pasado, no pueden hacer nada al respecto.

A pesar de los riesgos que implica expresarse actualmente en Venezuela, Bailando sobre ruinas subrayó los dolores de estos años. Si nos van a seguir robando, al menos cámbiénnos los ladrones, reclamaron en un país inmerso en el mismo proceso político desde 1999. ¡Una maravilla!, exclamaron, con sentido crítico, sobre una Venezuela agobiada por inseguridad, hiperinflación, una nación en franca decadencia. Y con tumbao de reggae, con un dejo de esperanza, le cantaron a los millones de venezolanos que abandonan su tierra en busca de oportunidades: Los que se quedan, los que se van, algún día volverán.

Son ocho álbumes de estudio y otros nueve entre trabajos en directo, reediciones, compilados de rarezas, canciones navideñas y registros de giras internacionales. También, uno llamado Pa’ Fuera (2016), grabado junto al ensamble C4 Trío, en el que interpretaron una selección de sus hits a partir ritmos de raíz tradicional venezolana. Y sería con ese, precisamente con ese, que lograrían su primera nominación a los Grammy.

Cuántas cosas han pasado desde aquel 27 de julio de 1985 en Junkolandia, club campestre semiabandonado de El Junquito. Cuántas experiencias, conciertos, alegrías y sinsabores desde que debutaron allí unos muchachos que crearon en el trópico una banda inspirada en sus ídolos británicos. Esos jóvenes, artífices de uno de los proyectos artísticos más longevos y consistentes de Venezuela, hoy siguen diciendo en voz alta: Esto es ska y si no te gusta, te vas.

Cátedra: Historia de Venezuela. Profesor: Desorden Público

Cátedra: Historia de Venezuela. Profesor: Desorden Público

Publicada originalmente en Prodavinci.com

No está completa la narración de la historia contemporánea de Venezuela si uno se conforma con libros sobre cada período presidencial, sus aciertos y desaciertos, radiografías de las crisis, ensayos sobre la correlación de fuerzas políticas, un repaso de la agenda económica y una revisión de avances y retrocesos en educación, salud y seguridad. No. No está completo el relato hasta que se les presta atención a las letras de Desorden Público.

 ¿Dónde está el futuro, que yo no lo veo?, se preguntaban los muchachos, todavía menores de edad, en la primera presentación de la banda en un semiabandonado club campestre de El Junquito, en las afueras de Caracas. Corría el mes de julio de 1985 y estos jóvenes amantes del ska británico ya llevaban tatuada la desesperanza venezolana en el cuerpo.

Dejaron de llamarse Aseo Urbano —el nombre de su miniteca— para rendirles un punketo homenaje a los camiones de Orden Público de la Guardia Nacional, campeones en la disciplina de repartir peinillazos entre las piernas de adolescentes ociosos.

Cansados de la demagogia, la corrupción y las promesas electorales, querían que los políticos fueran paralíticos, catarsis que molestó al presidente Jaime Lusinchi. La censura del entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones, que consideró el tema algo “subversivo”, afianzó su carácter antiestablishment.

Respondían a las baladas románticas edulcoradas del pop venezolano de los 80 sincerándose: No sé si tu amor se lo llevó el viento, o si se lo llevó tu mal aliento. Sutilmente, se hacían eco de campañas para el uso de condones, promoviendo la planificación familiar —e insistiendo, de paso, en el sexo protegido, en plena epidemia del Sida—. Un coro, Ska-ska-ska-escápate conmigo… Se me olvidó usar el preservativo, seguido del cuento divertidísimo de una juventud interrumpida por un embarazo no deseado.

Llegó la década de los 90, cuando produjeron sus máximos hits, e inauguraron la Venezuela poscaracazo develando una abominable realidad: Somos peces del Guaire. Los caraqueños y habitantes de la capital debieron acostumbrarse a la idea de que viven en una ciudad cortada por un río de mierda. La canción cobró un nuevo significado en días recientes de este cruento 2017: la frase se volvió literal y por el despreciado Guaire nadaron manifestantes despavoridos huyendo de la represión.

En el mismo disco, titulado En descomposición (1990) y producido por Gerry Weil, aparece de antemano un personaje harto conocido en la Venezuela del siglo XXI: el hombre con la pistola, que te da lo que le pidas y a cambio de eso te quita la vida. Dieron cuenta de un Skándalo como estrategia del poder para generar desinformación. Entendieron que los peores hechos son otros que no conoceremos nosotros 

Desorden Público enfrenta una tragedia artística incontenible, activó una suerte de mina antipersonal. Sus canciones desarrollaron una inusitada musculatura. La realidad le coqueteó tanto a la sátira que ahora las dos caminan tomadas de la mano, y ellos, que quisieran verlas convertidas en retratos de un tiempo pasado oscuro, no puedan hacer nada al respecto.

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A la par de una búsqueda artística, una experimentación rítmica y armónica, un despliegue literario y la intención de envolver todo en trajes conceptuales, la gran banda de ska ha ejercido un rol de cronista de nuestro tiempo.

Sus dos álbumes más celebrados llegaron justo antes del ascenso del chavismo al poder. Canto popular de la vida y muerte (1994) venía vestido con un traje simpático y colorido —porque no todo es ni puede ser sufrimiento y destrucción—. La tierra tiembla, coreaban, cuando hablaban de la gente buena y trabajadora, su paciencia y su esperanza, su mestizaje.

Sabiamente, convocaron a La danza de los esqueletos, una ingeniosa fábula fantasmagórica contra los prejuicios y la discriminación en cualquiera de sus formas. Describieron con picardía unas cosquillas que no dan risa, y reinventaron el cortejo desganado. Imaginen un bar oscuro y un amante furtivo que no quiere esforzarse demasiado. Ve a la mujer en la barra y piensa: Quisiera que fueras como ‘el perro de Pavlov’, quisiera que babearas cuando suene la campana de mis ganas.

A pesar del abreboca luminoso y de toda la picardía que se coló con insistencia en emisoras radiales, incrustándose en la memoria colectiva de una generación completa, Desorden Público siguió advirtiendo que la nuestra es una patria mal amamantada con tetero de petróleo. Siguió advirtiendo que, en Venezuela, o brincas o te encaramas o te tragas la pólvora negra.

Para el siguiente trabajo, de cuyo lanzamiento se cumplen 20 años por estos días, decidieron sumergirse en la realidad violenta del país. Denunciarla, retratarla, condenarla. En Plomo revienta (1997) nos dibujaron en la mente la imagen de una sangre que mancha la calle, mancha la historia, mancha de lágrimas incoloras la ciudad de la madre que llora inconsolable. Y esto fue un hit. Allá cayó fue un hit que sonó hasta el cansancio, compitiendo con canciones que hablaban de la playa, el sexo, los romances, la fiesta, la vida loca.

Desde entonces, ¿de cuántos han dibujado un muñequito de tiza en la acera? En 2016, según la Fiscalía General de la República, se registraron 21.752 homicidios, para una tasa de 70.1 por cada 100.000 habitantes, que mantienen a Venezuela entre los deshonrosos primeros puestos en la lista de países con mayor violencia letal en el mundo.

En ese mismo álbum, en el que describieron en una cumbia-ska a un personaje mítico llamado Simón Guacamayo para ilustrar el universo de lo mágico-religioso en El Caribe, también bautizaron a Caracas, su ciudad, la que atraviesa el Guaire, como un Valle de balas. Caracas, la misma que actualmente está codo a codo con San Pedro Sula (Honduras) en otro sangriento ranking.

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En Desorden Público han convivido chavistas y antichavistas, y de ambos lados han recibido porrazos. Los tragos más amargos de su carrera fueron macerados desde la polarización política que creció en tiempos de Hugo Chávez. “Andanadas de odio” —cito a su vocalista y letrista Horacio Blanco— les han llegado a través de las redes sociales.

En 2011 decidieron, desde su disco Los contrarios, hacer un llamado a la tolerancia política. Celebraron el ímpetu de quienes, cuando Sale el sol, se levantan de sus camas para echar pa’ lante a pesar de la tempestad. Celebraron, con un calipso, a esos mismos próceres anónimos que siguen sobreviviendo en una Tierra de gigantes. Pero no dejaron de recordar que el poder emborracha a multimillonarios, magnates y presidentes. Y después —se preguntan— ¿quién cura esa resaca?

En un bolero-ska reflejaron cómo todo venezolano de estos tiempos llora por un dólar. En directo, suelen lanzar billetitos de Monopolio mientras hablan del lúgubre desconsuelo de quienes procuran encontrarse de frente con Benjamin Franklin en un país cuya moneda se ha devaluado vertiginosamente y donde sigue operando un férreo control cambiario desde 2003.

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Desorden Público no para. Entendió hace rato que la realidad y la sátira están de luna de miel. Todo está muy normal, corearon en uno de sus temas más recientes. ¡Una maravilla!, exclamaron, con sentido crítico, sobre una Venezuela agobiada por la inseguridad, una profunda escasez de productos básicos, una brutal inflación y un gobierno que promete que nada de eso cambiará. Todo lo contrario.

Blanco, el frontman, y más miembros de la banda, han participado en manifestaciones antigubernamentales recientes, donde el plomo también revienta, y se siguen preguntando lo mismo que hace 30 y tantos años en aquella fiesta en El Junquito: ¿Dónde está el futuro, que yo no lo veo?

 

FOTOGRAFÍAS: Daniel Guarache Ocque

DATO: A partir de hoy y durante todo julio, Desorden Público estará de gira por Estados Unidos. Click aquí para ver el calendario de conciertos. 

A merced de Gustavo Cerati: El último concierto

A merced de Gustavo Cerati: El último concierto

El público, acostumbrado a la impuntualidad, apenas se distribuía a su gusto sobre el campo de fútbol de la Universidad Simón Bolívar cuando apareció Gustavo Cerati como un caballero apocalíptico y misterioso, vestido de negro con antifaz, como en la fachada de su nueva edificación, Fuerza natural.

Desde el primer tema, que le da título a su más reciente producción, comenzaron a desfilar guitarras por sus manos. De una Gibson Custom verde a una Telecaster, y de una Stratocaster a la Parker Fly negra brillante que lleva consigo una carga de nostalgia: fue su instrumento preferido en los años de Soda Stereo.

Cada gira del músico argentino es una apuesta en vestuario, sonido y concepto. El Cerati que cantó el sábado en la universidad no es el mismo rocanrolero de Ahí vamos, ni el de camisas ligeras de cuadros de Siempre es hoy, ni el artista playero relajado de Bocanada.

Primero interpretó «Magia», «Deja Vu» y «Desastre». Luego se sentó y tomó su guitarra acústica para tocar dos temas con inclinaciones country: «Amor sin rodeos» y «Tracción a sangre». Después de manipular una guitarra española —imagen poco común en su carrera—, para exprimirla y sacarle «Cactus», dijo: «Hasta acá vamos con Fuerza natural. Ahora nos salimos de guión: un tema de Bocanada«.

Se trataba de «Perdonar es divino», que antecedió a «Uno entre mil», cantada a dúo con su aliado en tarima, el guitarrista Richard Coleman. Pero la euforia del público alcanzó un primer pico con «Artefacto», una canción dedicada a la adicción por los teléfonos celulares.

El humor particular del músico de 50 años de edad se hizo presente. De un momento a otro soltaba un «chévere», un «carajo», un «sigamos jodiendo» o un «¡muchacha!», refiriéndose a la corista Anita Álvarez, que destacó por su voz, sus pasos y su corto vestido —y, más que nada, por sus piernas bronceadas.

El artista bromeó sobre la neblina y sobre los «bichos» que atraían los focos, justo antes de cantar «Rapto», «Dominó» y «Sal», cuando comenzó a caer una lluvia intermitente que amenazó durante las 2 horas y 20 minutos de espectáculo, pero que arreció con más fuerza sobre el valle de Sartenejas después del último acorde.

Cerati tomó una guitarra doble, sobre la que habló: «Sí, mírenla, admírenla. Tiene dos mangos. Una maravilla. Número uno. ¡En serio! Hicieron una sola, y todo para tocar este tema». Y de pronto, como si el público fuera cómplice de un viaje a su época de veinteañero, sonó la introducción de «Trátame suavemente».

Después de «He visto a Lucy» se fue tras bastidores, pero al poco tiempo volvió vestido de blanco y fumando, sin prisa. Anunció que cantaría un tema de Amor amarillo (1993), llamado «A merced», que nunca había interpretado antes en una gira. Sin embargo, esa melodía fue ejecutada por la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho en su presentación de 11 episodios sinfónicos en el Teatro Teresa Carreño, en 2002.

Un gallo cantó antes de que comenzara el excitante beat de «Pulsar», en la que destacaron las bolas luminosas del fondo del escenario. La rubia corista pasó al frente para «Te llevo para que me lleves», uno de los momentos más agitados de la velada. La introducción de «Dazed and Confused», una suerte de tributo a Led Zeppelin, abrió el camino para «Vivo», y en medio de «La excepción», mostró un guiño claro a David Bowie, con el riff de guitarra de «Rebel Rebel».

El momento sonaba a despedida, pero permaneció en tarima y preguntó: «¿Qué pasa? ¿No tienen planes, que todavía siguen aquí?». Y siguió con «Crimen». Cerati jugó de nuevo: «Ya no voy a pensar en nada. Ya cobré. Así que me voy de paseo». Y comenzó la potente «Paseo inmoral», que representó un clímax.

Presentó a sus músicos Leandro Fresco (teclados), Fernando Nalé (bajo), Fernando Samalea (batería) y el guitarrista que se sumó en esta gira, Gonzalo Córdoba. Eran las 10:45 pm cuando la sublime «Un lago en el cielo» se convirtió en el epílogo del reencuentro del bonaerense con sus fieles seguidores venezolanos. Esta vez no tocó «Puente» ni «Cosas imposibles», ni repasó los máximos hits de su banda de siempre. Pero no fue necesario.

Reseña publicada el 17 de mayo de 2010 en el diario El Nacional

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FOTO PRINCIPAL: Cerati.com

FOTO PORTADA: Alexandra Blanco

La gozadera debe continuar

La gozadera debe continuar

Entendámoslo de una vez: Los Amigos Invisibles mutaron. Mutaron para sobrevivir. La agrupación salió de un coma momentáneo y se encontró sin dos de sus seis extremidades, se lavó la cara y continuó su eterna gira. La grabación del unplugged —¿espasmos de la era MTV?— pareció retrasar una inevitable diligencia: escribir canciones, arreglarlas, firmar un nuevo álbum.

El Paradise, noveno trabajo de estudio de la banda venezolana, describe un bar a media luz para románticos y descarados. Un club en el que se encuentran lo funky y lo latino, el disco y el merengue, más arrabalero y menos elegante, todo pasado por un filtro como de finales de los años 70 y con bastante inclinación hacia lo sintético.

Desde la salida, a comienzos de 2014 y tras casi 25 años, del tecladista “Armandito” Figueredo, determinante en los arreglos, y del guitarrista José Luis “Cheo” Pardo, uno de los compositores, LAI en su versión 2.0 se dedicó a mantener a flote el negocio de los shows con la ayuda de los sustitutos respectivos. Presentó un lujoso unplugged en el que revisó su catálogo —grabado con la alineación original completa, quizá como hasta luego o adiós— y trabajó en una versión de “Otra cara bonita” en homenaje a Yordano.

Las fisuras ya se hacían evidentes en los tiempos de Repeat After Me, editado en abril de 2013, cuando ya el sexteto había dejado a su mánager de (casi) siempre, Lalo Noriega, y tenía rato viviendo desperdigado y mudado de Nueva York (salvo Cheo). Ese álbum encajaba en su rompecabezas gracias a hits como “Corazón tatú”, fiel a la tradición de LAI, y “La que me gusta”, que sumaba una variante brit pop al repertorio. También incluyó piezas orquestadas con el apoyo de Álvaro Paiva, como “Río porque no fue un sueño” y la instrumental “Robot Love”.

LAI había muerto, contó el vocalista Julio Briceño a El Nacional. Y cuando resucitó, al tercer día, ya no estaban ni Figueredo ni Pardo. “Maurimix” Arcas, percusionista, ocasional vocalista y también compositor de hits como “Ponerte en cuatro”, pidió un descanso. Tantos años de trote y de fines de semana ocupados pasaron factura. Recordemos que se vive de los conciertos, no de los discos. Que para entender a esta banda hay que verla en vivo. Y que LAI puede promediar unas 60 presentaciones al año, a veces menos a veces más. Echen números. Ni ellos mismos conocen la cifra histórica.

En directo, aunque basta con prestar atención para captar la diferencia, pueden maquillarse las ausencias. El sexteto sigue siendo la maquinaria festiva de siempre. La de los maratónicos medleys a modo de DJ set que no dan respiro a la audiencia. La que maneja con sutileza magistral los ánimos del público hasta llevarlo al pico máximo de euforia bailable. La del frontman convincente, gracioso e infalible. Pero en el estudio, donde se pone a prueba la creatividad pura, el reto es mayor.

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Para una banda experimentada, cada disco supone un desafío más grande porque busca mantener un pie en lo que representa, en su esencia, en lo que el público asocia con ella, y al mismo tiempo, una obligación a dar un paso adelante, evolucionar y sorprender. Esta vez, a LAI le costaron las dos tareas.

El abreboca pre-lanzamiento fue un bocadillo guapachoso, una especie de merengue titulado Dame el mambo”*, con letra reguetonera: Lo que tú tienes, flaca, es pa’ gozá’. Una medicina parecida viene con la primera cucharada del álbum. Se llama “Viajero frecuente del amor” y presenta elementos que ya son parte del sello LAI, salvo un puente que se sale de control. Ahí, en ese fragmento, suena como si Sandy y Papo hubieran tomado por asalto el estudio. Más adelante en el disco, vuelve ese beat sabrosón en “Ten cuida’o”*, otra pista con madera para sencillo promocional. “Como dice Jéctor, ni pa’ allá vo’a miral”, suelta Briceño, y comienza la picardía: ten mucho cuidao’ con mi mano abajo. El piano va marcando el paso en las estrofas. ¿Será la primera vez que suena un piano así en un tema de LAI?

Una voz engolada, presentador del bar al que uno supone con cara de charlatán, traje andrajoso, bigote anticuado y cabello engominado, va guiando el recorrido. Los invitados saltan a la vista —al oído, mejor dicho. La voz de Gil Cerezo, de Kinky, y otras pinceladas de los mexicanos, suenan en “Anestesiada”, un tema funky bubble gum del estilo “Plastic Woman”. Oscar D’León, quien pidió para la colaboración que no se le ofreciera una salsa, participa en el bossa nova “Sabrina”*, escrito por el bajista “Catire” Torres con Jorge Spiteri. Los Auténticos Decadentes (Argentina) se sumaron en la disparatada “Aquí nadie está sano”*. Y Elastic Bond (Miami) —en especial la voz de la hondureña Sofy Encanto— endulza la romántica “Espérame”*, otra candidata a single. Inevitable recordar la colaboración LAI-Natalia Lafourcade.

La banda volvió a jugar con el new wave a lo PP’s. ¿Recuerdan su cover de “Yo soy así” en Super Pop Venezuela (2005)? Bueno, “Cara e’ pasmao” es algo bastante similar. También insistió en un pop muy pop, tipo “Como lo haces tú” (Commercial) pero más frenético,  llamado «Si no estás tú»*. Y, en contraste, apenas ese termina, se pasa un switch y comienza “Contigo”, con un riff relajante, una letra cándida y un inocente arreglo de cuerdas.

Abundan los ruiditos y las atmósferas: un papelillo electrónico cubre todos los rincones, como quien quiere evitar los silencios incómodos. La guitarra perdió terreno y cedió su espacio a los sintetizadores. Dominan los coros deliberadamente pegajosos y predecibles. El Paradise no pareciera un disco concebido para la audiencia habituada al sonido LAI. ¿Podemos convenir que los mejores han sido The New Sound of the Venezuelan Gozadera (1998), The Venezuelan Zing a Song, Vol. 1 (2002) y Commercial (2009), o tienen otros en mente?—. Quizá funcione mejor para un público más virginal, menos familiarizado con los fabricantes de “El disco anal”. Quizá los consolide en el mercado mexicano. A lo mejor les abre otras puertas. Quién sabe.

Confieso que no puedo escapar de la nostalgia al percibir las amputaciones que sufrió esta banda, la favorita de tantos, que ahora va sin aquellos teclados y samplers tan auténticos y sin esa guitarra simpática y psicodélica. No he superado el despecho. Pero tampoco puedo dejar de celebrar que Chulius, Maurimix, Catire y Mamel (el baterista) mantengan vivo el beat. A fin de cuentas, la gozadera debe continuar… ¿O no?

 

*Un secreto: las que dejé en negritas son mis favoritas del álbum

El link para escuchar está por todo el texto. Por si no lo pillaste, aquí va de nuevo: El Paradise

Para la agenda de shows de LAI, click aquí

 

La poesía y la miel

La poesía y la miel

La suya es una voz que emerge del subsuelo, que tiene una raíz profunda. Suena como si hubiese muerto hace mucho y nos preparara para oírlo en este viernes gris y un día después de… Y de alguna manera, cosa paradójica, nos hace sentir más vivos. Como la miel, la poesía es imperecedera. Las verdades burlan la descomposición, sobreviven a ella aunque la invoquen. ¿No es así, Mr. Cohen?

Los seguidores del canadiense salieron ayer de sus cuevas. Sus admiradores hablan bajito, susurran, sienten sin exteriorizarlo demasiado y no se congregan en público. Se manifiestan con la piel erizada y no con gritos de euforia. Agradecen dos versos punzantes en lugar de un beat frenético. Las canciones de Leonard Cohen son experiencias individuales, íntimas, serias. Son casi ceremonias.

Hubo un punto de quiebre en su vida. El año 1966 lo encontró, a sus 32 años, con tres libros de poesía editados —Let Us Compare Mythologies (1956), The Spice-Box of Earth (1961) y Flowers for Hitler (1964)— y dos novelas publicadas —The Favorite Game (1963) y Beautiful Losers (1966). Todos sus libros habían sido alabados por feroces críticos, pero su cuenta bancaria seguía seca; y la canción fue el camino que encontró para expandir su audiencia y, de paso, ganarse el pan.

En In my life, álbum editado en noviembre de 1966, la cantante estadounidense Judy Collins incluyó el hit del mismo nombre de Lennon/McCartney, así como canciones de Bob Dylan, Donovan y Randy Newman. El LP, que vendió más de 500.000 copias, presentó dos piezas de Cohen: “Suzanne” y “Dress Rehearsal Rag”. Al año siguiente editó Wildflowers e interpretó otras tres del poeta: “Sisters of Mercy”, “Priests” y “Hey, That’s No Way To Say Goodbye” y de nuevo vendió más de medio millón de ejemplares.

Collins no sólo fue la primera en interpretarlo y presentarlo a un público masivo. También fue ella quien lo estimuló a cantar sus temas. Y fue en la primavera de 1967 que Cohen salió a un escenario, muerto de miedo. Una cosa llevó a la otra y John Hammond, el mismo cazalentos que firmó a Dylan y a Bruce Springsteen, le extendió un contrato al tímido poeta judío para que grabara su primera placa: Songs of Leonard Cohen.

El resto es historia. Venció el pánico escénico y aprendió a cantar, sin dejar de ser taciturno, llevando él mismo su mensaje de franqueza, escarbando en lo oscuro y debatiendo con la religión, embriagando a todos. También lidió con los asuntos que complican la vida de cualquier roquero, aunque él rock, estrictamente rock, no hizo, y aún así llegó al Rock and Roll Hall of Fame en 2008. Depresión, drogas, alcohol, estafas de productores, litigios… Si fue prolífico, no lo sé. Depende del lente con que se mire: en los 70 editó tres discos, en los 80 dos y en los 90 sólo uno. Pero los poetas nunca buscan cantidad. ¿Para qué? ¡Si te hacen llorar con una sola estrofa!

 

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Jeff Buckley, prometedor artista californiano que se ahogó en un río de Tennessee a los 30 años de edad tras el lanzamiento de su único LP, hizo la versión más popular de “Hallelujah” en 1994. Luego, la canción llegó incluso a formar parte de la banda sonora de Shrek. Algunos, aunque suene disparatado, llegaron hasta Cohen a través de esa escena melancólica del simpático ogro.

Aparte del de Buckley, existe un montón de covers de ese tema: Dylan, Willie Nelson, John Cale, K.D. Lang, Bono, Regina Spektor, Justin Timberlake… Son muchos. Además, U2 hizo un dueto con él en una nueva “Tower of song”. REM tocó “First We Take Manhattan” y, en el mismo año 1995, Tori Amos grabó “Famous Blue Raincoat”. Recientemente, Lana del Rey mostró su lectura de “Chelsea Hotel N°2”. Y muchos recuerdan la “Suzanne” de Nina Simone (1969) y la versión de Joe Cocker de “Bird On a Wire”, que también interpretó Johnny Cash.

Sí, crece exponencialmente el legado de un artista cuando habla a través de diferentes parlantes. Vence incluso la brecha idiomática —Joaquín Sabina, criatura de la misma especie, suele traducir sus canciones, las del canadiense, al castellano. Pero quizá para recibir esas letras en su fórmula concentrada, más vale recurrir al autor, ganador del Premio Príncipe de Asturias. No nos conformemos con las mencionadas en el párrafo anterior. Pasemos por “Dance Me To The End of Love”, “Everybody Knows”, “So long, Marianne”… Bueno, ya esto es mucha arbitrariedad. Completen ustedes la lista.

Es curioso que siempre escribamos obituarios de personajes que nunca mueren. Tal como hizo David Bowie a comienzos de este fatídico 2016, Cohen escribió su propio epílogo y lo tituló You Want It Darker. “I don’t need a pardon, no/ There’s no one left to blame/ I’m leaving the table/ I’m out of the game (…) I’m Ready, My Lord”, nos dice el hombre cansado de 82 años, despidiéndose. No ha pasado un mes desde el lanzamiento de ese último disco y ya Cohen partió desde Los Ángeles, California, a un lugar desconocido. Pero a quién le importan los días, los meses y los años, cuando la poesía es miel, es atemporal, imperecedera, eterna.

¿Apellido? Rock and roll

¿Apellido? Rock and roll

Se va 1955, año en que la radio estadounidense comenzó a abrirle espacio a un sonido rarísimo. Los baladistas y crooners, grupos vocales, el country y el folk ahora compiten contra un ritmo frenético y bailable. En marzo fue estrenada la película Blackboard Jungle y allí apareció un tipo cachetón con un flequillo a lo Superman cantando una canción titulada “Rock Around The Clock”. Se llama Bill Haley y es el primero al que se le escucha algo tan peculiar. Desde entonces, no puedo pensar en otra cosa.

Haley aprovechó el viento a favor y presentó en mayo «Shake Rattle and Roll«, que contiene la misma sustancia. Desde septiembre, todos hablan de un negro excéntrico llamado Richard Wayne Penniman —él se presenta como Little Richard— que canta un coro que dice “Tutti Frutti”. “Ain’t That a Shame” de Fast Domino y “Blues Suede Shoes” de Carl Perkins se pelean los primeros puestos en la lista Billboard. Mientras esto ocurre, y todos corren a ver Rebelde sin causa protagonizada por James Dean, un tipo apuesto de Memphis, un tal Elvis Aaron Presley, se asoma con “That’s All Right (Mama)” y sale de gira por primera vez. Quién sabe a dónde llegue.

Me gusta el sonido de todos ellos, pero hay uno que me cautivó más que el resto. Me parece que va más allá, con carisma y desparpajo. Es un jovencito —bueno, aparenta ser muy joven pero ya está rozando los 30— que salió de San Luis, Missouri, y estableció contacto con Chess Records a través de Muddy Waters. Chicago ya se le hizo pequeña. Su feeling para cantar y tocar la guitarra es extraordinario. Lo primero que le oí fue “Maybellene”, que corresponde a una adaptación que hizo de la canción country “Ida Red”. Luego, y ahí sí se enteraron todos de quién era, comenzó a sonar “Roll Over Beethoven”.

¡El tipo le dice al mismísimo Ludwing van Beethoven que se mueva y le dé la noticia a Tchaikovsky! Le informa de este nuevo ritmo que está enloqueciendo a quien lo escucha. Lo he visto en televisión diciendo: “Ladies and gentleman, i ask him to forgive us —sí, le ofrece disculpas al fallecido genio alemán— roll over and listen to a little of this”. Y luego el loco suelta un riff irresistible con su guitarra e invita a la banda a seguirlo. Los que están presentes en el estudio lo miran estupefactos, como si estuviese un alien ante ellos. Y él, la criatura de otro planeta, toca, canta, baila, los deja boquiabiertos. Me pregunto si en el próximo siglo se acordarán de él, o si otras bandas en el futuro lo tomarán como referencia. Yo le deseo larga vida porque además me cae bien. Que al menos tenga fama y fortuna y que pase de los 90 años. Ojalá siga haciendo discos y consiguiendo hits. Si ambos vivimos en octubre de 2016, le mandaré un mensaje que diga: ¡Feliz cumpleaños, Mr. Chuck Berry!