Publicada originalmente en Guatacanights.com el 19 de octubre de 2020
Apenas Eric Chacón llegó a Miami, consiguió su primer gig. No había deshecho maletas ese 16 de diciembre de 2017, una época en la que los buenos instrumentistas suelen tener las agendas copadas, y Tony Succar, el joven percusionista peruano al que conocía por su ambicioso proyecto de vestir de latinidad los hits de Michael Jackson, necesitaba un saxofonista suplente para una presentación de su Mixtura Band. Chacón y Succar prácticamente se conocieron en el escenario. De la afinidad musical y la buena onda se nutrió un vínculo que cobró forma de disco.
Mestizo (2020), el álbum que produjeron Chacón y Succar, baña de venezolanidad joyas peruanas y viceversa. Lleva y trae elementos de raíz tradicional entre ambos países. Los sonidos se encuentran en un punto etéreo a medio camino, en un lugar que no es rastreable desde Google Maps.
Succar, quien se llevó dos Latin Grammys de los cinco a los que estuvo postulado en la ceremonia de 2019, ha estado muy rodeado de artistas de Cuba, Colombia, Puerto Rico, Costa Rica, Perú y, sobre todo, Venezuela, empezando por el proyecto Raíces Jazz Orchestra que dirige el saxofonista Pablo Gil. Allí participa gente como el bajista Rodner Padilla, el baterista Adolfo Herrera, el guitarrista Hugo Fuguet, pianistas como Silvano Monasterios y Leo Blanco, y una robusta sección de metales con muchos jóvenes formados en el Sistema de Orquestas. Requeriría una cuartilla mencionarlos a todos.
Tras aquel primer show en Wynwood, distrito artístico de Miami, Succar asistió a un recital de Pablo Gil en el bar Ball & Chain de la emblemática Calle 8, la Little Havana. Esa noche vio/escuchó que Chacón no sólo tocaba el saxo sino que era un gran flautista. El solo que hizo le gustó tanto que pidió su número y lo llamó más tarde para colaborar en una canción navideña al estilo peruano en la que estaba trabajando.
Hubo más encuentros, más presentaciones, incluso parrandas de esas en las que se gestan ideas musicales sin buscarlo, entre tragos y anécdotas. Chacón se sumó a la imponente Raíces Jazz Orchestra. Y un día, previendo que Jorge Glem iba de visita a Miami, le lanzó una propuesta a Succar como quien no quiere la cosa: “Vamos a aprovechar que viene el monstruo este y grabamos algo”.
Escogieron El alacrán (Ulises Acosta), una canción venezolana que Chacón había trabajado con Glem en el pasado y que había incluido en su álbum Choroní (2008). Sumaron al contrabajista zuliano Elvis Martínez y a uno de los más grandes maraqueros, Juan Ernesto Laya, Layita para los amigos, conocido por su trabajo con el Ensamble Gurrufío. Las maracas de Layita y el cajón peruano de Succar se entremezclaron magistralmente. El resultado superó las expectativas de todos, a tal punto que lo que habían planteado como un single llevó a la pregunta: ¿Y qué tal si hacemos un disco entero?
Comenzó un toma y dame. Succar quería responderle a El alacrán con algo peruano. Una tú, una yo. Así se fue configurando un álbum que refleja la armonía de ese diálogo musical, intervenido por muchos amigos e instrumentistas talentosos. Un diálogo en el que a veces Eric hablaba desde la flauta y a veces desde el saxo soprano.
Gerardo Chacón, padre de Eric y del trompetista Chipi Chacón —quien también fue parte de la grabación—, es antes que eso un gran músico, bajista y productor. Su aporte en la obra fue fundamental porque se encargó de los arreglos y es autor de algunas de las canciones. Él escribió un festejo peruano, especialmente para la ocasión, al que llamó Tonada de Succar. Y a esa sumó El vals de las nietas, dedicado a las hijas de Eric y Chipi.
En la lista incluyeron tres piezas —cantadas— ineludibles del cancionero latinoamericano. Invitaron a Luis Fernando Borjas (Guaco) para cantar un Moliendo café bien contemporáneo. De Chabuca Granda, escogieron dos temas sublimes. El primero, Cardo o ceniza, coloreado por el carácter de la guitarra del peruano Tito Manrique y un sedoso arreglo vocal de Linda Briceño. El otro, que es prácticamente un himno, La flor de canela, interpretado por el colombiano Chabuco, que curiosamente debe su nombre a la gran compositora. Es un vals peruano, pero acá pareciera rociado con algo de onda nueva. Ambos contaron con los dedos de Agustín Espina, actual tecladista de Los Amigos Invisibles.
Una pista interesantísima llamada Patanemo flamenco, en la que colaboran el pianista Gabriel Chakarji y el percusionista Yonathan “Morocho” Gavidia, propone el encuentro entre un golpe de las costas carabobeñas y especies del Perú, todo cruzado por la influencia española que le es común a ambos países. Allí se remarca el mensaje del mestizaje acorde con el título, la carátula, el arte.
También rescataron dos viejas canciones de Gerardo Chacón, quien tocó el bajo cuando no lo hizo Elvis Martínez, Rodner Padilla o Gustavo Carucí. Layazz es un tema libre, una fusión rítmicamente enrevesada, escrita pensando en esos repiques endemoniados que hace Layita con sus maracas. Fue editada originalmente en Suena maraquero, un álbum que Laya editó como solista en 2009. También rehicieron Caribe Vals, una pieza grabada alguna vez por el saxofonista Víctor Cuica, que se mueve entre un vals romántico y una salsa, como quien pone un pie en la tradición suramericana y el otro una en una pista de baile al sur de la Florida, en ese epicentro cultural que es terreno fértil para obras como Mestizo.