Cómo no escribir algo sobre alguien al que tanto le gustaba escribir y, sobre todo, leer. Cómo no escribir de César Augusto Yegres Morales (1943-2020) unas líneas que seguramente le habrían encantado. Cómo no, si fue alguien fundamental en mi vida personal y profesional.  

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Para mí, siempre fue Tío César. Si acaso, en los últimos años y por exceso de confianza, pasó a ser “El Viejo”. Aquel político con chaquetas de cuero, elegante y de verbo ágil, que siempre nos llevaba a comer helados y hamburguesas y a pasear por la Cumaná de los años 90, se fue convirtiendo en una suerte de hippie feliz, que caminaba en chancletas y pantalón corto bajo el sol cumanés, fumando al tiempo que saludaba gente, echaba chistes, contaba anécdotas, hablaba hasta por los codos de viajes y libros. Diría que es la persona con la memoria más prodigiosa que he conocido. Es difícil concebir cómo entraba tanto conocimiento sobre historia y cultura en ese mismo CPU. Podía hablar durante horas sobre la historia de los aztecas, o dictar una conferencia improvisada sobre la antigua Grecia y sus rastros en el mundo actual. Hablaba de Montejo y Ramos Sucre, de Cadenas, Sartre y Cervantes, de Octavio Paz y Kafka, de García Márquez, Vargas Llosa y el boom latinoamericano, o de Margarite Yourcenar, a quien tanto admiraba. Hablaba de béisbol y de música, de España y su literatura, y de Cumaná, ciudad de la que pudo haber sido cronista si estos tiempos hubiesen sido menos mezquinos. Como sabía tanto del estado Sucre, le dieron un espacio en la televisión local, sin guión ni nada, para decir cuanto sabía frente a una cámara fija. 

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Cómo olvidar la Serie Mundial de 1990. Tanto César Rafael, mi primo, su hijo, como yo, éramos fanatiquísimos de los Atléticos de Oakland. No creíamos que ningún equipo en la Tierra sería capaz de ganarle a Canseco, McGwire, Henderson y compañía. Muchos menos esos fulanos Rojos de Cincinatti. Tío César, con cara de picardía, nos decía: «Esa es la Maquinaria Roja». Y César y yo: pfff, a Oakland no le gana nadie. Los dos vimos en la tele, con caras largas, una serie que terminó 4-0. Oakland no ganó ni un jueguito. Desde entonces, dejé de porfiarle sobre béisbol, aunque siempre mantuvimos una amistosa rivalidad en lo que se refería a la liga venezolana. 

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Cómo olvidarlo recitando de arriba abajo el Canto a España con el que Andrés Eloy ganó aquel premio en 1923, o contándome de aquella vez que asistió a una conferencia de Borges en Caracas y, a la salida, se le acercó al argentino, lo tomó del brazo y le dijo: «Maestro, usted es un genio». Y Borges, con su acento porteño, le respondió: «No es para tanto». O de cuando presenció el 4-1 de Brasil a Italia en la final de México 70; o de cuando vio a Juan Manuel Fangio ganar el premio de Fórmula 1 en Los Próceres, Caracas, en 1955; de cuando se paró frente a las Cataratas del Niágara y el Salto Ángel, o de cómo casi muere en el terremoto de Caracas de 1967; o de sus visitas a Belén, donde nació Jesús, y al lugar en Alemania donde dicen que se suicidó Hitler.  

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En una familia numerosa de siete tíos —con sus parejas— y 18 primos hermanos por parte de padre, más cuatro tíos —con sus parejas— y 9 primos por el lado materno, digamos unas 50 personas incluyendo mi núcleo, nadie padecía la fascinación por los libros y la lectura. Nadie; al menos nadie con tal fervor. Él sí, y quizá también mi primo César Rafael, aunque él y yo compartíamos otras inquietudes. Por eso Tío César reconoció en mí, muy pronto, esa extraña condición. Por eso les reclamó a mis papás que qué carajo hacía yo estudiando una carrera que no me calzaba, si yo tenía que ser poeta, filósofo, periodista o escritor o algo de eso. Él, que fue el que leyó mis primeros cuentos y, como todavía no funcionaban, me dijo: «Sigue, sigue. No pares de escribir, que por ahí vienen los buenos». Él, que mientras estuve en el periódico, me insistía que estaba orgulloso de mí, pero… «no lo olvides —me miraba fijamente— tú estás para ser un escritor independiente»; y luego, cuando leyó una entrevista que me hicieron en El Universal porque se publicó un libro mío, me envió un email sólo para recordarme: «¿Viste? ¿No te lo dije?». Me tenía una fe enorme. Y cada vez que yo llegaba de visita a Cumaná (porque ya vivía en la capital), me tenía un libro nuevo. «Léete esta vaina», y pum, me lanzaba una novela de Jorge Edwards, o un libro de ensayos históricos de Manuel Caballero o algún tomo de historia universal. 

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Desde mi exilio, aquellas charlas se convirtieron en intercambios de emails. Él había aprendido a usar el correo electrónico, pero no escribía sus mensajes directamente en el campo de texto sino que adjuntaba un documento de Word como si fuera una carta de papel en un sobre con membrete. Por ahí me enviaba comentarios sobre sus lecturas recientes. Por ahí le pregunté sobre Massiani cuando hice mi tesis de maestría. Por ahí me mandó una columna que escribió cuando cumplió 75 años, en la que le agradecía a la vida, como la canción de Violeta Parra, por sus experiencias, sus lecturas, sus viajes y, más que nada, sus cinco hijos. Recordaba cuánto aprendió de Arístides Calvani y cómo llegó a ser diputado a la Asamblea Legislativa de Sucre de 1969 a 1994. «He tenido una existencia provechosa», concluía. Yo, porque así nos tratábamos, le respondí: «Todo muy lindo, menos lo de magallanero». Y hoy lo conservo en mi memoria con cara de travesura, riéndose a carcajadas como las que seguramente le provocó esa respuesta mía de caraquista. 

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Lamento no estar allí para darle a mis primos y tíos el abrazo que quisiera darles. Por eso recurro a las redes sociales para decir lo que diría si estuviese presente en el funeral. A César Rafael, María Fernanda y Beatriz Elena, a César José y a Daniela, a toda la familia, a los amigos, a todos los que lo quisieron, los abrazo desde acá porque, aunque mi cuerpo está lejos, mi corazón está allí con ustedes.

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Un comentario en “A mi tío César Yegres

  1. Excelente Mi Sobrino Querido. No esperaba menos de tí. Te confieso que no había llorado al»Viejo» hasta que leí tus palabras dedicadas a él…. Lloré a moco suelto porque al leerlas me lo imaginaba diciéndotelas a tí y a todos los que de verdad lo queremos y apreciamos. Vivirá por siempre en nuestros corazones !!! DTBS GAGO, Besos, abrazos y Bendiciones para Dieguito, Albita y para Tí !!! Los quiero y extraño un Montón !!!

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