Publicado el 24 de abril de 2021 en Guatacanights.com
Por Gerardo Guarache Ocque
Los músicos suelen encontrar la inspiración en los lugares menos evidentes. La luz ladeada de la tarde, el azul tenue del alba, las olas rebotando contra la bahía, una sonrisa a medias, un trago amargo. La leña que usó Santiago Bosch para encender el fuego de Galactic Warrior, una obra de jazz fusión densa de compases irregulares y un prodigioso despliegue de armonías, fue la música de sus videojuegos favoritos.
Ambos mundos se entrecruzaron en la formación del barquisimetano. De su padre, el saxofonista Jaime Bosch, se nutrió de referencias del jazz en sus diferentes vertientes; del rock, especialmente el de los años 70; de los Beatles, que siempre constituyen un universo aparte; y de lo clásico, que recibía también de su primera maestra de piano, Lila de Gutiérrez. Mientras tanto, al jugar con su Nintendo NES, esa cónsola gris que se volvió artefacto fundamental en la vida lúdica de una generación completa, le prestaba especial atención a la música que acompañaba las aventuras en 8-bits piloteadas desde su control de cruz negra y botones circulares rojos.
Santiago solía ubicar a su personaje principal a un costado, donde no hubiese monstruos que lo atacaran, ni precipicios ni rocas que cayeran del cielo de su televisor, para que nada perturbara la banda sonora. Le fascinaba el manejo de los sintetizadores de aquellos compositores casi anónimos pero escuchados por medio mundo. La gustaba la música que venía con cartuchos como el emblemático Super Contra, o Tortugas Ninja 3 o el GI Joe: American Hero. También le atraía la de otra cónsola, la Sega Genesis, llamado Space Harrier, compuesta por el japonés Hiroshi Kawaguchi, autor de culto.
Bosch, músico egresado magna cum laude como pianista de la Berklee School of Music de Boston, quiso recrear ese ambiente, pero pasándolo por el filtro del jazz fusión, cosa que le resultó perfectamente natural considerando su trasfondo: En su olimpo musical habitan Chick Corea, John McLaughlin y Allan Holdsworth, seguidos por otro panteón en el que ubicaría a la Mahavishnu Orchestra (de nuevo John McLaughlin), a Weather Report, y a Yellow Jackets, especialmente a su pianista Russell Ferrante.
Galactic Warrior, cuyo contenido es todo composición del músico larense, es como un videojuego. Describe un mundo, genera unas circunstancias, sugiere un recorrido por varios niveles, con tensiones y obstáculos, colores y formas, para que cada quien lo haga a su gusto. El primer episodio sería la intrincada Perspectives, donde su piano rhodes avanza junto al saxofón de Tucker Antell. Trazan una misma trayectoria, aunque en distintas tonalidades, formando una armonía como cables de un mismo manojo. De allí pasa a Living In The Past, que suena más cargado de elementos progresivos y más guiado por la guitarra de Tim Miller.
Una vez que culmina Transition, nivel complejo de difíciles saltos y astutas criaturas que vencer, descrito desde el rhodes pero también desde otros sintetizadores y la trompeta de Darren Barrett, llega Galactic Warrior, la canción que bautiza la obra, donde al bajista Dany Anka y al baterista Juan Ale Saenz les corresponde sostener un ritmo entrecortado sobre el que reposa el arpegio constante que musicalizaría una aventura vertiginosa.
El juego sigue con Finding Your Way Out, quizá la pieza más roquera del álbum; y Main Menu, a la cual la artesanía digital del rhodes más varios sintetizadores y hasta un secuenciador midi, le dejan una vibra y un aroma inconfundible al aire de finales de los 70. Como todo menú, es un descanso para estudiar opciones y decidir hacia dónde avanzar. Es un respiro antes de que empiece Persecution, otra canción hecha a partir de capas generadas por Bosch, que construyen sus mundos virtuales sobre el ritmo de una batería acústica. A esto se suma un saxo, el de George Garzone, que genera un efecto intrigante y caótico. Y así, hasta llegar al Level 8, el último.
Questions y Why, las dos últimas pistas, pueden entenderse como bonus tracks. Son canciones a piano acústico y contrabajo (Jared Henderson), orgánicas, de baterías más delicadas y expresionistas, la primera de ella con un laouto griego —una especie de laúd— tocado por Vasilis Kostas. Ambas son tan distintas al resto que parecen piezas de otro álbum.
Santiago Bosch (Barquisimeto, 1987) se marchó a Boston en 2011. Se formó en Berklee, donde recibió una beca completa y egresó con honores. También fue becado por el Berklee Global Jazz Institute, donde cursó una maestría en Contemporary Jazz de la que salió suma cum laude. Nada mal para un estudiante al que le costaba disciplinarse con el violín, con la guitarra e incluso con sus estudios de piano clásico, donde sí surgió un sutil pero prometedor enamoramiento con el instrumento.
En su ciudad natal había empezado a tocar por ahí desde los 15 años de edad. A la vez que se formó como profesor de música en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), participó varias veces en el Festival de Jazz de Barquisimeto. Justo antes de partir al norte, editó su álbum debut, Guaro Report (2011), título con un simpático guiño larense a Weather Report. Comparado con aquel trabajo, que fue más orgánico y más parecido a una jam session, Galactic Warrior resulta una obra de un concepto más definido y menos terrenal.
La experiencia académica y profesional en Estados Unidos le ha permitido aprender directamente de artistas como John Patitucci, Oscar Stagnaro, Jack DeJohnette y Esperanza Spalding. Con algunos de sus maestros, como el caso de la gran baterista Terri Lyne Carrington, ha tenido el gusto de tocar. Otros, incluso, han colaborado con su propio proyecto, como Tim Miller, Tucker Antell y George Garzone, quienes, cautivados por unas maquetas en formato midi, aceptaron embarcarse en un viaje al mundo imaginario de Santiago Bosch.