Eliana Cuevas y Aquiles Báez: El curruchá resuena desde Canadá

Eliana Cuevas y Aquiles Báez: El curruchá resuena desde Canadá

Publicado el 17 de marzo de 2021 en Guatacanights.com

Por Gerardo Guarache Ocque

No deja de ser paradójico. Que ocurra siempre, o casi siempre, no le resta contradicción al hecho de que mientras más lejos se está de la tierra natal, más resuenan en uno sus ecos, sus esencias, su cultura. Más clara se percibe la enorme importancia de ciertos saberes y tradiciones; y en el caso que nos ocupa, de canciones como las que grabó el dueto conformado por Eliana Cuevas y Aquiles Báez.

El curruchá (2021) no pretende una antología de composiciones venezolanas, pero sí reúne algunas de las piezas más recordadas del cancionero nacional, interpretadas desde una voz que exhibe sofisticación y elegancia, más el desparpajo y el sabor que requiere la música de raíz tradicional, todo en sus justas proporciones. El canto de Eliana transmite venezolanidad, pero de él también brota lo mejor de cada ambiente que ha frecuentado: el bossa nova, el jazz, el world music, todo a lo que ha sido expuesta en una ciudad tan multicultural como Toronto.

El canto de la artista caraqueña, que vive en Canadá desde 1997, no podía conseguir mejor abrigo que la guitarra de Aquiles Báez, un instrumentista de estricta formación académica que desde hace más de 40 años, e incluso durante la época en la que vivió en Nueva York, no ha dejado de escudriñar lo más autóctono para cultivarlo, exaltarlo, barnizarlo para que el gran público lo aprecie.

Nunca bastarán versiones de Acidito, el delicioso merengue de Adelis Fréitez que ha pasado por muchas voces y que quizá no haya mejor manera de interpretarlo que así, desnudo, a pura guitarra y voz, a puro sentimiento y tumbao asincopado. Con esa melodía comienza un recorrido que incluye dos temas muy conocidos de Otilio Galíndez, Caramba y Flor de mayo, y tres de Simón Díaz, la Tonada del cabestrero, Mi querencia y la pieza venezolana más versionada de la historia: Caballo viejo.  

La presencia de temas muy populares obedece a la necesidad de Cuevas de insertar ingredientes venezolanos en la vibrante escena cultural que en la que se mueve. Procurar colar entre el jazz, el world music, las músicas de Brasil, Cuba, Argentina y México, uno que otro joropo, merengue caraqueño, onda nueva o tonada.

Eliana Cuevas es una cantante con dos décadas de recorrido artístico y seis álbumes a cuestas, incluido el presente, por los que ha recibido numerosos reconocimientos: La distinción como Latin Jazz Artist of the Year en los National Jazz Awards, el reconocimiento a la Best World Music Artist en los Toronto Independent Music Award y el galardón a la Mejor Artista Solista de Música World en los Canadian Folk Music Awards. Tras Cohesión (2002) y Ventura (2004), editó Vidas (2007), del que salta a la vista (o al oído) una pieza con ritmo de tambores titulada Canaima.

La caraqueña, que ha compartido escenarios con artistas como Luis Enrique, Álex Cuba y Hermeto Pascoal, profundizó su búsqueda hacia adentro en Espejo (2014), ganador en los Independent Music Award en la categoría de Best Latin Album. Para esa obra, invitó a un músico con el que siempre había querido colaborar. El maestro Aquiles Báez participó en El tucusito, y no lo hizo tocando la guitarra, por la que es más conocido, sino que demostró, además, lo buen cuatrista que es.

Antes del lanzamiento de Espejo, Eliana hizo un viaje a Venezuela y aprovechó para actuar allí junto a Aquiles en unas Noches de Guataca celebradas en el Teatro Trasnocho de Caracas el 2 de mayo de 2012. Más adelante, hizo fuerzas para que el Aquiles Báez Trío, la banda del autor de A mis hermanos junto al baterista Adolfo Herrera y al bajista Gustavo Márquez, viajara a Toronto. Lo logró e hicieron dos fechas, en las que ella actuó como invitada, en junio de 2016; una en el Lulaworld: Latin & World Music Festival y otra en el Dundas West Fest. En ese viaje, una vez cumplidos los compromisos, Báez y Cuevas aprovecharon para ir al estudio.

Aunque se solaparon, el proceso de realización de El curruchá no interfirió en el proyecto de Cuevas que devino en su álbum Golpes y flores (2017), un trabajo laureado que mostró la madurez de la artista en entrelazar hebras de sus mundos. Puesto junto al resto de su material, ese de 2017 es un disco que suena decididamente selvático, mestizo, inmerso en una búsqueda ancestral.

El curruchá viene a ser, por un lado, el reencuentro de Cuevas con canciones que son parte de la banda sonora de su vida, como esa que le da título al álbum y que su padre le cantaba con el cuatro cuando niña. De su versión, divierte el inicio lento: A mi negra la quiero y la quiero más que a la cotiza que llevo en el pie… Y la aceleración; un juego de difícil respiración porque no deja espacio entre frases para recuperar el aire: Cuando baila mi negra un joropo, el amor zapatea por dentro de mí…

Cuevas y Báez agregaron María Antonia, el hit inolvidable y pícaro de Gualberto Ibarreto. También sumaron Anhelante, la gran composición del Pollo Sifontes; Aquel zuliano, la eterna gaita de Renato Aguirre; y Como llora una estrella, estándar de Antonio Carrillo que todos los venezolanos escuchamos desde pequeños. A todo eso sumaron un tema suyo llamado En un pedacito de tu corazón y el San Rafael, obra de Aquiles.

El curruchá cumple el viejo deseo de Cuevas de grabar una obra inspirada en el sonido que lograron Ilan Chester y Aquiles Báez en aquel álbum decembrino titulado Corazón navideño (2001). Sí, desde entonces ella tuvo el anhelo de algún día compartir no una sino una docena de canciones con ese maestro que ha generado tanta música y ha tenido la generosidad de dar espaldarazos a artistas emergentes que puedan sumarle colores al gran lienzo de la música venezolana.

Cielo de diciembre: La Navidad según Aquiles Báez

Cielo de diciembre: La Navidad según Aquiles Báez

Publicado originalmente el 18 de diciembre de 2020 en Guatacanights.com

Una cosa llevó a la otra. En diciembre de 2008 Aquiles Báez tomó el teléfono, llamó a tres, cuatro… en fin, a un grupo de amigos que fue multiplicándose, para presentar un espectáculo decembrino. El carácter de la Sra. Parra Anda, el álter ego fiestero, dicharachero y simpático que se inventó para celebrar la Navidad, fue cobrando forma in situ, en el escenario, año tras año. Más de una década después, al fin, la doña parrandera cobró forma de disco.

Cielo de diciembre, canción que le da título al álbum, es una composición de Báez que sirve de tema central. Es una suerte de telón que abre el espectáculo subrayando la belleza de Caracas durante el último mes del año; el azul profundo de su cielo que se une a un Ávila que reverdece y la abraza. Pero no todo es naturaleza y armonía. La letra no desconoce el drama que vive la “ciudad-pesebre” y la pobreza de sus cerros. Al mismo tiempo, clama por un futuro mejor.

Un manto de voces arropa los estribillos y cada cantante da un paso al frente para encargarse individualmente de las estrofas. No hay protagonistas ni secundarios; en la Sra. Parra Anda todos están en primer plano porque, además, no son voces cualquiera. Es un coro de lujo, conformado por los habituales de la farra: Betsayda Machado, de la Parranda El Clavo, Ana Isabel Domínguez, César Gómez, Williams Mora y las dos extremidades del dúo Pomarrosa, Marina Bravo y Zeneida Rodríguez. A ellos se suman invitados como Mariana y Ángel Ricardo Gómez, Nereida Machado y Ricardo Mendoza.

Aquiles Báez, uno de esos artistas que no paran de crear y de los que quizá es más numerosa la obra que permanece inédita, fue sumando nuevos números al repertorio. De su inspiración surgieron nueve de las 11 pistas que conforman el álbum, entre ellas Kapital, una parranda que ironiza a partir de la ambición por el dinero y las dificultades para conseguirlo en un país con enormes problemas económicos. El propio guitarrista toma la voz cantante y dice: No es rico ni acaudalado, ni empresario-inversionista/ todo el que roba dinero y se la da de socialista.

Báez escribió El sol del lago, una gaita de tambora con intro de tambores afrovenezolanos dedicada a San Benito; El pimentón, una oda a golpe de parranda a ese vegetal verde o colorado omnipresente en los guisos criollos; un merengue caraqueño humorístico llamado El cochino, que discurre sobre la vieja costumbre del cochinito de los aguinaldos; y Suenan las campanas, una parranda con un beat más acelerado para bailar en familia y celebrar el nacimiento del Niño Dios. Es un tema ideal para la medianoche del 24 de diciembre, una banda sonora que va bien con el ponche crema, el pernil, las hallacas y el pan de jamón. Pero ocurre que, a esta hora de nuestra historia, tan accidentada y dolorosa, con tanta penuria y tantos venezolanos desperdigados por el mundo, trae consigo una carga de añoranza y nostalgia ineludible.   

La música de Cielo de diciembre es impecable, como es de esperarse en un trabajo de Báez, experimentado compositor, arreglista y productor. Si en directo la fiesta suele nutrirse de la chispa humorística, la improvisación y la interacción entre un público y una audiencia que suelen ignorar la línea que los separa, en el álbum salen de relieve sus delicados arreglos. Báez, además de cantar algunas estrofas, arregló, dirigió, grabó cuatros y, por supuesto, tocó a su compañera inseparable: la guitarra. Se apoyó, en la base, del baterista Adolfo Herrera, el bajista Carlos Rodríguez y los percusionistas Jorge Villarroel y Julio Alcocer. A ellos se sumaron el trompetista Roderick Alvarado, el trombonista Joel Martínez y los saxofonistas Frank Haslam, Glen Tomasi y Léster Paredes.

A sus creaciones, Aquiles agregó dos joyas que hacen más heterogénea la gama de ritmos del disco: María del aire, una pieza con aire de tamunangue dedicada a la virgen de todos, a la María omnipresente, obra de Ignacio Izcaray; y La elegida, una gaita clásica y sabrosa de Renato Aguirre que es una plegaria a la Virgen de la Chiquinquirá.

En la mitad del recorrido aparece, como una maestra de ceremonia, La Sra. Parra Anda, una parranda —obviamente— con arreglos de metales, que funciona como un perfil del personaje que son todos los involucrados en el álbum y, al mismo tiempo, no es nadie. Es bailadora pero también quejona. Anda en bicicleta, le encanta un tambor, come bastante parrilla y detesta el reguetón. No es sifrina, es “burda de hippie” y se la pasa en Facebook. Es popular y hasta la quieren de alcaldesa. Pero es, sobre todo, muy venezolana. La Sra. Parra Anda cree en Venezuela y ese es un mensaje que aparece por cada rincón de una obra que es la recreación de sus fiestas.

De ellase desprende otro tema que enfatiza el optimismo, por si a alguien no le queda claro el mensaje. Se llama El futuro es la esperanza y es una invitación a no abandonar la tierra que nos es propia. Es como una arenga introspectiva. Como esas cosas que decimos a otros para, en el fondo, convencernos a nosotros mismos.

Guataca: hilo conductor de la venezolanidad

Guataca: hilo conductor  de la venezolanidad

Publicada originalmente en la revista Clímax el 8 de julio de 2019. Enlace aquí

En vísperas de un festival en homenaje a Sadel, el empresario Ernesto Rangel, principal artífice de la plataforma cultural Guataca, celebra los logros de una iniciativa que en 12 años ha generado una veintena de álbumes, incluido uno ganador de Latin Grammy, y que en la actualidad exhibe música venezolana en directo constantemente en más de 10 ciudades dentro y fuera del país 

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No sabía qué hacer Ernesto Rangel la tarde del 15 de noviembre en el Mandalay Bay Center de Las Vegas cuando el músico uruguayo José Serebrier abrió el sobre y dijo que el ganador del Latin Grammy 2018 al Mejor Álbum Instrumental era Miguel Siso con Identidad, primera obra con sello de Guataca en obtener un premio en esa glamorosa fiesta de la música comercial latinoamericana. Vestido de traje y pajarita, no sabía si correr, seguir a Siso, llamar a alguien con su celular o abrazar a todos en su mesa. Casi saltaba de la alegría mientras el cuatrista tomaba su gramófono dorado y ofrecía un discurso de agradecimiento que remarcaba el progreso de la música venezolana del siglo XXI.

Es una de las mieles que ha saboreado, como mecenas y gestor cultural, en un recorrido intenso de unos 12 años, cuyo punto de partida estaría marcado por el álbum debut de C4 Trío. El primer espaldarazo que recibió de él el ensamble de Jorge Glem, Edward Ramírez y Héctor Molina, todos finalistas del Festival La Siembra del Cuatro, fue también el primer paso firme de una plataforma cultural que comenzó a cobrar forma, adaptándose a imagen y semejanza de un movimiento extraordinario de músicos que ya conjugaban la rigurosidad de la academia y la libertad del jazz con un amor profundo por los géneros de raíz tradicional.

“Lo que vivimos en Las Vegas con Miguel fue como una certificación de que vamos por buen camino”, dice Rangel, quien también recuerda con alegría un concierto de Jorge Drexler en el Aula Magna de la UCV en 2009, en el que C4 estuvo de telonero: “Fue muy grande la emoción que sentí a ver a los muchachos, frente a una sala llena que no sabía de ellos, tocar así y ser aplaudidos de pie. A mí me dijeron que, por la bulla que se generó cuando estaban en el ‘Zumba que zumba’, Drexler les preguntó a los productores qué estaba pasando ahí afuera. Los momentos que me dan más felicidad son esos en los que veo que la gente reconoce que tenemos un talento musical especial.”

Actualmente la plataforma sin fines de lucro, que Rangel dirige junto con el músico Aquiles Báez, exhibe ese talento en Miami, Nueva York, Houston, Orlando e, incluso, ha coqueteado con Phoenix, Dallas y Minneapolis, tres plazas estadounidenses que todavía no pertenecen al circuito guataquero habitual. Lo mismo ocurre con Buenos Aires, donde está pendiente su consolidación. Panamá ha sido uno de los escenarios más constantes. En España tiene sedes en Madrid y Barcelona. Desde diciembre, Ciudad de México comenzó a funcionar. En casa, Guataca está activa en Caracas y Lechería.

“Nuestros objetivos siguen siendo dos: dar a conocer la música venezolana en el mundo y que los venezolanos nos integremos con otras culturas a través de la música”. Y aclara Rangel: “Nunca hemos querido que sea una iniciativa de venezolanos para venezolanos. Una bonita experiencia la hemos tenido en Panamá, por ejemplo, donde presentamos una noche con talento panameño, otra con música venezolana y en cada una se invita a un músico cruzado, es decir un panameño tocando con venezolanos y viceversa”.

Gracias a las semillas que ha depositado en suelo foráneo, Guataca ha trascendido el aspecto musical y suele convertirse en un punto de conexión de venezolanos que están lejos de su tierra, que viajan a ella a través del joropo, el merengue caraqueño y la onda nueva: “Nosotros representamos, no sólo la vitrina para dar a conocer la música venezolana a gente de otros lugares, sino un despertar para los venezolanos mismos que no conocen su música. Esta tragedia que nos está pasando como país nos ha hecho reencontrarnos con nuestra cultura, con la venezolanidad. Que no nos sintamos apenados por ser venezolanos. Se trata más bien de decir, con orgullo, ‘esta es nuestra música, esta es nuestra cultura’”.

El lado positivo

Formado en la Universidad Metropolitana y la Columbia University, Ernesto Rangel invierte cualquier huequito en la agenda que le deja el mundo financiero y corporativo para dedicarlo a la promoción cultural. Es un camino que se inició a partir de su amistad con Aquiles Báez, guitarrista, productor, uno de los músicos más prolíficos del país y un amante empedernido de lo autóctono.

El primer proyecto que concretaron juntos fue un álbum de Báez con el tenor Aquiles Machado en el que recorrieron algunas de las joyas del cancionero nacional en un CD/DVD que se llamó La canción de Venezuela (2005). Luego empezaron a apoyar nuevos talentos, grabar sus álbumes y servirles de catapulta. Al poco tiempo, Guataca comenzó a tener oficina y un pequeño equipo que, desde dos flancos, como sello disquero y productora de conciertos, comenzó a fijar su logotipo en el radar de los melómanos.

Antes de todo esto, en 2001, Rangel se había topado con la película Alfredo Sadel: Aquel cantor. Le impresionó a tal punto que organizó con otros compatriotas la presentación en Nueva York de la cinta, dirigida por Alfredo Sánchez Jr., hijo del ídolo. Asegura que el simple hecho de ver el documental le despertó la necesidad de difundir la cultura venezolana, en especial la música.

“Sadel es un personaje que, viviendo fuera, no sólo no olvida su país sino que siente que no puede vivir sin él —analiza—. Él busca hacer más grande a Venezuela desde su canto. Viaja a dar recitales, pero no deja de volver a casa, porque experimenta un arraigo muy fuerte, y además, ayuda a los exiliados que están luchando contra la dictadura de Pérez Jiménez. Es una fuente de inspiración para lo que hacemos hoy en Guataca”.

Por eso, a 30 años de la muerte del cantante, que se cumple este 28 de junio, han producido un festival titulado La Venezuela de Sadel, con charlas, cine-foros y un concierto que protagonizará el tenor barquisimetano Aquiles Machado, voz lírica venezolana con mayor proyección internacional de la historia.

Eventos similares se han organizado en el pasado en el marco del festival Caracas en Contratiempo, que ha celebrado la obra de baluartes como Simón Díaz, María Rodríguez, Aldemaro Romero y Gualberto Ibarreto, buscando aproximar esas personalidades a las nuevas generaciones: “No podemos avanzar si no sabemos quiénes son nuestras referencias. Tenemos un pasado glorioso en cantantes como Sadel, pero no podemos llegar más lejos si no lo conocemos”.

Aunque celebra la obra de artistas consagrados e ídolos de otras épocas, la meta principal de Guataca es cultivar para el futuro. Por ejemplo, Rangel ha generado en Nueva York encuentros de músicos venezolanos con artistas del Jazz Lincoln Center. Uno de los resultados de esas experiencias ha sido la dupla del cuatrista cumanés Jorge Glem y el acordeonista neoyorquino Sam Reider, que ya han realizado conciertos juntos y este año piensan grabar un álbum. La diáspora revela un aspecto positivo: la música venezolana nunca había estado tan presente en el extranjero.

“No hay ningún aprendizaje sin sufrimiento. Nadie crece sin esfuerzo —sentencia Rangel—. Eso está pasando con los músicos. Están en una situación vulnerable, muy compleja. El exilio es algo muy difícil. Están aquí haciendo oficios muchas veces ni artísticos, pero creo hay un crecimiento, una superación personal, una reinvención. Creo que, de lo malo, de este exilio forzado, va a quedar algo muy bueno”.